domingo, 30 de mayo de 2010

“En la medida que uno conoce, queda menos lugar para el misterio”

Oscar Ordónez, sacerdote uruguayo, analiza junto a otros compatriotas la crisis en la Iglesia

Las escandalosas acusaciones a la Iglesia Católica de tolerancia frente a los casos de pedofilia han dado de qué hablar en la última mitad de año. Voces contradictorias se levantan desde ambos bandos de la contienda y nadie parece estar a salvo. Incluso la propia cabeza, el Papa Benedicto XVI. Pero, frente a este estado de crisis permanente que acosa a la Iglesia, se dejan entrever las primeras señales de esperanza.

En la última semana de abril, el Papa Benedicto XVI aceptó la dimisión de dos obispos implicados en casos de pedofilia. James Moriarty, cuarto obispo irlandés en dimitir de su cargo tras el destape de los casos de pederastia en su país; y Roger Vangheluwe, obispo belga que reconoció haber abusado de un menor hace varios años. Por ahora, estos son los últimos coletazos de la oleada de escándalos que sacude a la Iglesia Católica en Europa y América desde noviembre. Por ahora.

En los últimos meses de 2009, varios medios internacionales, con The New York Times a la cabeza, soltaron mucha tinta acusando a la Iglesia de Irlanda, no solo de no tomar medidas lo suficientemente drásticas con respecto a los casos de pedofilia, sino de ir incluso más allá colaborando en los encubrimientos.

Con tanta tinta derramada, los medios lograron despertar el interés del mundo entero, y de la Iglesia Católica más que el de nadie. Autoridades eclesiásticas se vieron obligadas por la situación -pero, de manera más especial, por su propia conciencia- a desvelar algo de las investigaciones que se llevan a cabo tras sus muros.

Es así como hoy sabemos que en los últimos nueve años se llegaron a analizar las acusaciones de unos tres mil casos de sacerdotes diocesanos y religiosos vinculados a delitos morales cometidos en los últimos cincuenta años. Así lo informó Charles J. Scicluna, promotor de justicia de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, en una entrevista publicada por el diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana. Ahora, vale aclarar: tres mil casos en cuatrocientos mil sacerdotes, una ínfima proporción.

El debate ha ido adquiriendo formas diversas, tocando todas las aristas de la cuestión. Entre ellas, la presunta relación entre el celibato y la pedofilia. Abundan, desde siempre, los cuestionamientos al celibato de los pastores de la Iglesia Católica. Y la pedofilia ha servido como una leña más de un fuego ya enardecido. Sin embargo, no existe evidencia de ningún tipo que vincule esta forma de vida con esta parafilia: el origen de tal desviación sexual nada tiene que ver con el sacerdocio.

"La pedofilia no se aprende y no se hereda. Tiene que ver con el desarrollo”, argumenta la Lic. Rosana Pombo, psicóloga y sexóloga clínica. La especialista aclara que en muchos casos el nacimiento de esta desviación sí tiene que ver con una inadecuada educación sexual en la infancia. “Cuando lo que da placer se asocia con lo prohibido, la prohibición, el castigo y la humillación se cargan de erotismo”.

Esta explicación va en consonancia con las interpretaciones del Lic. en Filosofía y profesor de Teología en la Universidad de Montevideo, Ignacio Pérez Constanzó. “Estas actitudes muchas veces son la respuesta a una época de educación muy puritana, que conduce a la sociedad al otro extremo; al extremo más laxo”, establece el académico. Y añade: “es lo mismo que sucede con la autoridad; y así pasamos de la dictadura al anarquismo”.

Pero el problema de entender la pedofilia no se agota en el análisis de sus causas. La característica más compleja de la enfermedad es la propia conducta del que la padece. Y esto es porque, cognitivamente, el pedófilo no considera inapropiada su tendencia, por lo que no suele presentar sentimientos de culpa o vergüenza. Es así como, tanto la actitud del pedófilo -que no tiene conciencia de enfermedad- como la de la víctima -que suele bloquear los recuerdos vinculados al abuso para evitar reactivar la situación traumática- no colaboran con el adecuado tratamiento del problema.

Vemos entonces como particularidades de la propia pedofilia entorpecen el accionar de la Iglesia en la materia. Con todo, bastante camino ha hecho.

Entre las últimas novedades de Roma, fueron titulares las declaraciones del Supremo Pontífice a los periodistas en su vuelo a Portugal en estos últimos días. “Hoy, las más grandes persecuciones a la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que dentro de la propia Iglesia” fue uno de los argumentos del Papa que mejor recepción obtuvo desde su carta a los fieles de Irlanda del 19 de marzo. Si bien el Santo Padre ha intentado en reiteradas ocasiones –también se reunió con las víctimas de abusos- emprender el camino de la justicia y reconciliación, para algunos no parece suficiente.

Y es que, otra vez, el problema de base es otro. “El cuestionamiento al Papa no es nuevo”, alega Pérez Constanzó. Pero incluso de mayor fuente de enfrentamiento sirven las aparentes diferencias de juicio entre la ley civil y la de la Iglesia. Según Oscar Ordóñez, cura párroco de la Iglesia de la Virgen del Carmen y Santa Teresita en el Prado, “lo entreverado de la cuestión es la diferencia entre la concepción del creyente de la del no creyente”. Porque lo que la ley establece como delito; la Iglesia lo califica como pecado. Y donde la ley pena; la Iglesia busca la absolución. Con esto no se quiere decir que la doctrina católica promueva una idea de hombre desligado de sus responsabilidades, sino que éste no es terreno donde la Iglesia pueda o deba intervenir.

La cuestión que sigue latente entonces es: ¿qué más puede hacer la Iglesia? Primera solución que se brinda desde el ámbito eclesial: “Tendrá que ser más cuidadosa en la selección de los candidatos al sacerdocio”, dice, como muchos otros sacerdotes, el padre Ordónez. Pero una solución más novedosa resulta la de “brindar espacios en los que se pueda discutir abiertamente estos temas, porque en la medida en que unos conoce, queda menos lugar para el misterio”.

Sin embargo, “la Iglesia no es una agencia de prensa”, establece Pérez Constanzó. Si bien la primera solución debe de ir por el camino de la acción, la comunicación de lo qué se hace y lo qué se deja de hacer también debe ser tomada en cuenta.

Para rematar, Ordónez apela al ánimo de “no violentar”. Porque no se le explica a un niño aquellas cosas que todavía no tiene la capacidad de entender. Del mismo modo, la gente sin fe, puede no estar en condiciones para entender determinadas cuestiones. El sacerdote se refiere más que nada a la incomprensión de algunos con su vocación al celibato. Incomprensión a la que él responde con total convencimiento: “vale la pena consagrar la vida”.

lunes, 3 de mayo de 2010

Estructura de La muerte imparable

Pablo Ordaz arranca La muerte imparable describiendo una situación que está en total concordancia con el título. “Hasta hace 20 minutos tenía 14 años y se llamaba Raúl”. "Hasta hace 20 minutos" había una vida. La muerte acaba de pasar. Nos pone en situación. Despierta nuestro interés, nos emociona, pero no sólo porque puede, porque sea un recurso "fácil", sino porque esa es la esencia de Ciudad Juárez: el centro del reportaje.

Pero empezar con tanta fuerza tiene sus riesgos. El primero: no poder mantener esa tensión a lo largo del artículo. ¿Cómo hace Ordaz para que éste no sea el caso? Administra sus recursos. En lo que refiere a la información, pero, más que nada, a la escritura. Distribuye así tanto hechos y datos duros como formas de abordar los distintos sucesos y testimonios que conforman la historia. Esto responde también a la necesidad del lector de tener momentos para "respirar": no podemos leer ocho carillas seguidas de muerte.

La estructura que eligió Ordaz hace que la lectura sea fácil y entretenida a la vez. Una vez que describe ese hecho puntual, tan representativo de la situación general que después describe, el narrador sigue un poco el orden de los acontecimientos. "Un poco" porque por momentos aprovecha la introducción de nuevos elementos, conforme se suceden las horas, para ahondar más a fondo en estas otras facetas de la cuestión. Para ayudar al lector, Ordaz emplea una suerte de subtítulos -resalta las primeras palabras de algunas oraciones puntuales-. Por lo general, se refieren a una vuelta al hilo conductor del reportaje. Con algún cambio de escenario o fuente.

Los diálogos que describe son muy significativos. No los eligió al azar, eso está claro. Porque, además de erizarnos un poco, ilustran esa aura de muerte que se percibe en Ciudad Juárez:

- ¿Una emboscada de los narcos?
- No. Los militares tenían instalado un control. Les dieron el alto. Los policías no quisieron parar. Los militares abrieron fuego. Los mataron a los dos.

Ya para terminar, el cierre está muy bien elaborado. Porque, siguiendo ese orden lógico y cronológico que se va desarrollando, logra hacer una referencia para nada forzada con el principio. Y así nos da la idea de que el mensaje que transmite es solo uno y está claro. La muerte, en Ciudad Juárez, no se puede parar.