lunes, 1 de agosto de 2011

Valoración de Fotoperiodismo II

CONTENIDOS. A lo largo del curso, mi trabajo siempre consistió en darle un tema a mis fotos. Ir a un lugar –o a varios-, encontrar un personaje –o varios- y retratar la combinación de ambos de la mejor manera posible, con la composición y la armonía como principales retos. Del resultado de éstos venía el tema, nunca al revés.

Considerando que el nombre del curso era “Fotoperiodismo”, no creía estar demasiado errada. Pero el planteo del trabajo final implicaba dar un paso más. Elaborar un foto-reportaje.

De aquí el reto de encontrar un tema que rindiera tanto de forma visual como periodística. Y he aquí mi primera dificultad (al principio, mis ideas respondía a una cosa o a la otra). Finalmente alcancé el tema soñado: la realidad de la mujer afro en Uruguay.

Con eso y todo, encontré particularmente engorroso prestarle la misma atención y ponerle el mismo empeño haciendo dos cosas al mismo tiempo. Concentrarme en la historia y en lo visualmente atractivo. Enmarcar una foto con un protagonista tan movedizo y que al mismo tiempo me cuenta su historia: ¿cómo parar una cosa sin detener la otra?

Al final solo espero que mi trabajo respete la esencia de la historia, tanto de forma visual como en mi trabajo periodístico.

FORMA. Mi principal defecto a medida que se iban sucediendo las prácticas era, o eso creía, la selección. En la primera, el retrato, sumergida en la composición me olvidé de elegir una foto de la cara de mi modelo, y en otra, la de la Rambla, también distraída en temas estéticos terminé por optar por tres fotos –de ocho- que retrataban perros.

No fue hasta esta última práctica que me di cuenta: no elijo fotos parecidas tanto como tomo fotos casi idénticas. Me obsesiono con una imagen y saco 40 hasta que quede como me gusta y en el medio no le doy una oportunidad a otras fotos, o, creyendo haber tomado suficientes fotos, no saco más.

Creo que la moraleja es sacar fotos. Todas las que aguante la memoria. Desde todos los ángulos que me hace posible -e imposible-. Sacar fotos.

Las otras, Ellas

Un acercamiento a la realidad afrouruguaya a través de los ojos de Leticia Rodríguez Taborda

“Quien lee de historia, mal o bien, tiene la panza llena, o medio llena, y ya creció; pertenece a una generación que no es la más joven de todas y tampoco es niño. Porque, mayoritariamente, el afrodescendiente es muy pobre; pocos leen, porque la lucha por la sobrevivencia ocupa mucho tiempo vivencial”.

Semejante reflexión pertenece al Medio de Difusión Afrodescendiente Ruda y Chocolate, y es parte de un texto más amplio, “Yo soy Ansina”. Como muchas de las más de 25 organizaciones del movimiento afro que trabajan en Uruguay, el nombre de esta revista responde a un símbolo profundo. La ruda con chocolate, hierba conocida por sus efectos abortivos, hace referencia a la forma en la que esta comunidad intenta recuperar su memoria histórica. Y Ansina, el renombrado negro que acompañó al prócer José Gervasio Artigas durante el proceso revolucionario, es su mejor bandera.

No porque le haya cebado mate al héroe nacional, tal como lo ilustran algunas estampillas, sino, precisamente, por esa misma “confusión” en la narración de la historia que los afros intentan reescribir. Empezando nada más y nada menos que por el nombre. Ansina nunca fue Ansina, sino Joaquín Lencina, y tampoco fue el sirviente de Artigas, sino su compañero. Tampoco estuvo solo. Encarnación Benítez, Soledad Cruz, Joaquín Ledesma y muchos otros negros contribuyeron en la construcción de la independencia uruguaya. Y merecen no solo que la historia los reconozca, sino que les dé el lugar que les corresponde.

Estas y otras reivindicaciones brotan de la boca de Leticia Rodríguez con la misma naturalidad con la que respira. “Que cerca del 10% de la población uruguaya es afrodescendiente -nada menos que 300.000 personas-, que casi un 80% de los jugadores de fútbol de las selecciones del mundo son de ascendencia negra, que tantísimas hierbas y medicinas de las que hoy tanto dependemos se las debemos a ancestros africanos”… y así, miles. Ninguna en tono de reproche, incluso frente a la directora del Museo Nacional Histórico Ariadna Islas, a quien le afirma tranquila y segura- y respetuosa- que el acerbo de la exhibición tiene una deuda con su comunidad.

Con 29 años, Leticia es una persona muy difícil de encasillar. Productora audiovisual, escritora y gestora cultural de la Casa de la Cultura Afrouruguaya; estudió en Israel y España, pero empezó en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, donde alcanzó el título de Procuradora.

Fue trabajando en Extensión Universitaria como viajó, en el 2000, hasta Bella Unión, el punto más al norte del país. “Allí me encuentro con que había una gran población afro-indígena en una situación muy marginal, y empiezo a entender un poco más las dinámicas de cómo se ha dado la cuestión de la pobreza en nuestro país, de una forma amplia, vinculado más que nada con la etnicidad”, declara. Y así, sin pensarlo, termina adentrándose de lleno en la problemática de los negros: “Es a partir de ahí que se me empieza a despertar un bichitio en el estudio de las prácticas afrodescendientes”.

Dejó entonces la Facultad de Derecho y estudió cooperativismo. A partir de ese momento, los objetivos de Leticia no conocieron límites.

La chica humilde de Carrasco Norte, de una familia “sumamente pobre, pero bien formada”, con una madre con estudios en arquitectura y un padre con formación en chapa y pintura, se fue a España en 2008 a estudiar Cooperativismo Artístico –entendiéndolo como el gran legado que podía trabajar en Uruguay-. De ahí a Israel a estudiar derechos humanos y el prejuicio. Para cuando volvió a Uruguay, Rodríguez ya sabía muy bien qué quería hacer con todo eso.

Hoy reparte su tiempo entre la producción y edición del boletín de la Casa de la Cultura Afrouruguaya “Generando un nuevo pensamiento”, ávida promotora de toda actividad en defensa de la tradición negra reparte folletos del próximo Día de la Trabajadora Doméstica este 19 de agosto, o pegatinas del Año Internacional de los Afrodescendientes este 2011, mientras trabaja en la Intendencia de Montevideo. Su reivindicación de la tradición se une con su ánimo de emprender y saca adelante “Tango de ayer y de hoy” donde en un transporte de pasajeros especialmente acondicionado recrea la época de antaño en un viaje hasta la milonga. Su pasión: su documental “Las Otras, Nosotras” –que permanece en la etapa de producción por la dificultad de encontrar fondos-, donde narra en primera persona el drama de la mujer afrouruguaya moderna.

Leticia le adjudica a su entorno –su familia, su abuela, sus tías- su insaciable interés por adentrarse en el mundo afro. Porque, explica, en su casa tenían un gran desarrollo de la conciencia de cómo asimilar todo el proceso de la discriminación racial que habían sufrido; sobre todo su mamá, que tiene mucha más cantidad de “mujer afro” que su papá, que es más mestizo.

Sea como fuere, Rodríguez, que admite haberse encontrado más de una vez con algún interlocutor “distraído” que, con inocencia, le dijo “ay, pero tú no sos tan negra”, se dedica por entero y como pocos a una causa que no conoce de réditos económicos pero le da una razón para levantarse por las mañanas.

Trabajo final



Leticia Rodríguez Taborda en fotos

martes, 31 de mayo de 2011

Diecinueve nombres


Es difícil encontrarle un ángulo nuevo a un lugar tan común. La rambla de Montevideo, cliché de los clichés. Pero no por nada un espacio pasa de vulgar a icónico.

Con sus 22 kilómetros de extensión que, partiendo del centro capitalino hacia el este, bordean nueve barrios montevideanos, la rambla es, desde principios de 2010, parte de la lista de los lugares emblemáticos que pelean por conformar el consagrado Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Del otro lado de la vida cosmopolita: el Río de la Plata. Y en medio, nueve concurridas playas –en temporada estival–. El resto del año sobran los deportistas, los pescadores, los jubilados, los perros, los desempleados y los profesionales del mate.

Tan variado contenido no cabía en un solo nombre y por eso la rambla actualmente responde a 19 denominaciones distintas. Desde países –Perú, México, Chile, Francia y Armenia- pasando por algún personaje histórico –Baltasar Brum y Tomás Berreta- hasta protagonistas universales –como Franklin Roosevelt y Mahatma Gandhi-, entre, demás está decirlo, 10 otros.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Mis amigos Adrian, Ariel, Nico y Lola


El "viajero de hostel" es especial. No suele saber a dónde va, por cuánto tiempo o, sencillamente, dónde está.

Ideal para que una estudiante de Comunicación le interrumpa el desayuno ofreciéndole sus precarios servicios de guía turística a cambio de sacarle un par de fotografías siendo eso que es, un turista. Así llegué al Hostel El viajero, en la Ciudad Vieja. Los que se desperezaban entre sorbos de café eran Adrian -así, sin tilde, porque es en inglés-, Ariel, Nicolás y Lola. De Australia el primero, Argentina los dos que le siguen y francesa la última.

Claro, encantados, of course.

Y salimos a "conocer Montevideo". ¿A dónde ir teniendo algunos -Lola- solo un par de horas que matar antes de tomarse el ómnibus a Colonia? Primero, a la lavandería, a encargarse de los "trastos sucios" que arrastran desde Brasil o Argentina o Chile, dependiendo del caso. Y, estando ya en la calle Andes, ¿cómo no seguir bajando hasta la rambla? Ahí hicimos un par de cuadras más, hablando del problema global de la educación, los gobiernos de derechas e izquierdas y la costumbre rioplatense del piropo, teniendo como únicos testigos a las gaviotas -a esa hora, esa altura de la rambla está desierta-. Acortamos camino por la calle Colón, adentrándonos en el barrio Palermo Sur, con sus murales candomberos. Unos pocos pasos más y la Policía turística nos obligaba a esconder las cámaras, "por precaución". Y sin darnos cuenta estábamos en la entrada del Mercado del Puerto, clásico de clásicos. Y se hicieron las 12 y me tuve que ir a marcar tarjeta.

martes, 17 de mayo de 2011

5.760 horas

Dos horas al día, cuatro días a la semana, por quince largos años, suman 5.760 horas. Y cada segundo vivido con la intensidad y dedicación de la primera clase, en la que tenía solo 6 años. Claro que no siempre fue así, tan exigente. Empezó, como todo, de a poco. Un par de horas por semana y después un poco más y después un cambio de academia de ballet, porque, en tantos años, la posibilidad de que la maestra de los primeros pliés se jubile aumenta. A solo un año de presentarse en un llamado de la Compañía del Sodre, la única en Uruguay, y quedar entre las últimas de la lista -pero, por cuestiones de presupuesto, no hacerse de un lugar-, la bailarina reflexiona:"capaz que fue lo mejor, porque si quedaba y los horarios me coincidían con los de facultad, ¿qué hacía?".

Inés Carriquiry tiene 21 años y estudia Diseño de modas en la ORT. Está en su cuarto año, el penúltimo de la carrera. En un algún momento será licenciada y, como tal, hará de su tiempo lo que más quiera. Nada dice que no será el ballet.

martes, 10 de mayo de 2011

Primera entrega, segunda parte


2.1) Fotos de la prensa nacional:

El pide foto de la imagen de La diaria se lee así:
El ministro Luis Rosadilla, ayer (la foto se publicó hoy), durante la reunión que mantuvo con la comisión de Defensa del Senado.
También para La diaria, en este caso de las manos de Ricardo Antúnez, foto de unos bañistas intentando salvar a una ballena encallada en la playa Anaconda del balneario La Paloma, departamento de Rocha.

El encuadre de esta imagen es el más distintos. No hay un protagonista, sino muchos. De tener que elegir solo a uno, éste dependerá de la selección del espectador. Y la lectura que quiera hacer de la historia.
Como fotógrafo, no me dice en qué debo centrar mi atención. Y esa libertad me gusta.

Cristóbal Manuel, Premio Ortega y Gasset de fotografía 2011, El País de Madrid.

"Es una fotografía que resume el desastre de Haití", sintetiza el propio autor. Tomada el 4 de febrero de 2010, días después del terremoto, abusando de los clichés: la imagen vale más que mil palabras.

Creo que las dos fotografías tienen mucho en común. Un elemento central, un personaje, y la devastación de fondo. Pero, de forma paradójica, las dos imágenes me transmiten esperanza. En donde no hay nada, o en donde todo se acaba, el hombre permanece.

lunes, 9 de mayo de 2011

Fotoperiodismo II

Como primera entrega, una breve selección del trabajo anterior.

A continuación, algunas imágenes de la Plaza Zabala y la peatonal Sarandí, en plena Ciudad Vieja montevideana.




Es difícil explicar por qué nos gusta una foto. Seguramente porque entender esa elección tiene mucho que ver con comprenderse a uno mismo. Y si eso fuera tan fácil de resumir en una frase, perdería gran parte de su encanto.


En la Ciudad Vieja conviven los opuestos de la manera más armónica. Al punto que no es hasta que se sacan esos elementos de su contexto que uno cae en lo realmente insólito de la cuestión.


El contraste me encanta, en la acepción más mágica del término. Pero, en este caso, lo que me fascina es su capacidad de pasar inadvertido... hasta que uno le saca una foto.