viernes, 15 de junio de 2012

Hombre y mujer los creo

En este mundo, la mujer tiene, a grandes rasgos, dos opciones. O es sometida –o se introduce de forma muy voluntaria, lo mismo da, problema de cada una- a “rellenar” un rol social, forzada a darle de comer a manicuras, pedicuras, cosmetólogas, esteticistas, peluqueras, y un etcétera largo, donde la nutricionista siempre tendrá un lugar privilegiado, y todo para encajar en un molde muy estrecho -hecho quién sabe cómo y según qué intereses-, que la deje a una tranquila de que es eso, mujer.

O se rebela. Y entonces no se quiere casar, ni piensa en tener hijos, se aterra al escuchar la frase “ama de casa”, y para la que todo lo que tenga algo que ver con el cuidado personal, e incluso a veces con la higiene, tiene gusto a frívolo, superficial y egoísta. Las más radicales hablan hasta de esclavitud.

Estereotipos, estereotipos. En el medio hay poco margen para la mujer “común”, término que, a su vez, ha perdido su valor, como parte de un fenómeno que no me animo a explicar mejor que Dylan Thomas: “Lo que resulta interesante es el modo en que ciertas palabras pierden bien su significado, bien su bondad. Por ejemplo, la palabra ‘honor’. Una palabra digna de héroes. En realidad es una palabra más digna de Nerón. [Porque] las emplean con asiduidad las personas que no deben”. Y es que lo ‘común’, que de acuerdo a la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española es lo ordinario, vulgar, frecuente y muy sabido, es, y espero quede justificada la redundancia, cada vez menos ordinario, vulgar, frecuente, y ni que hablar de sabido.

Sea como fuere, debería, al menos por justicia con las que suelen quedarse calladas, existir un tercer modelo, en el que no entren ni las adictas a las compras ni las progresistas sin depilar, destinado para las que les gusta verse bien para los demás, para su marido y, por qué no, para ellas misma. Y que no sienten que nada de eso amenace su intelectualidad, su sensibilidad o su mismísima categoría de ser humano.

No me considero feminista. Bastante lo contrario. O sea, soy machista. No porque pretenda que me abran la puerta a ningún lugar, me regalen flores sin motivos evidentes o porque me guste, de tanto en tanto, pintarme los labios. No. Soy machista porque creo que el hombre de familia nunca va a poder ocupar el lugar de la madre -empezando en la concepción, pasando por el parto y la lactancia y terminando quién sabe en dónde-, y porque pienso que la mujer, como el hombre, sí tiene un lugar que ocupar en el mundo.

Por lo que se debería abogar, entonces, es por la igualdad de oportunidades. Porque sí, las diferencias femenino-masculino son biológicas, y poco se puede hacer para cambiarlas de forma que trascienda, pero, ojo, que esto no quiere decir que sean un accidente. “Hombre y mujer los creo”, dice la Biblia. Habrá que hacerle caso.

viernes, 8 de junio de 2012

Historia de un militante joven

Corría el año 2005. Era el cierre de la campaña municipal de Pedro –Bordaberry, pero el apellido lo agrego por un tecnicismo, porque ni él lo dijo ni yo tuve la necesidad de preguntárselo- y Leonardo Alonso tiraba fuegos artificiales desde el camión que recorría Montevideo desde la Av. Arocena hasta el Centro, donde estaba el local del Partido Colorado. Leo –debería decir Leonardo, pero así no lo conocen todos, él es Leo- se acuerda de la gente, de la adrenalina y de la lluvia, “tremenda lluvia”, dice nostálgico del que fuera el primero de muchos cierres de campaña. Así, “de a poquito, de a poquito”, fue la entrada de Alonso a la arena política.

Dos años más tarde, el 2007 lo encontró inmerso en el revuelo de las primeras elecciones juveniles del partido, cuando el entusiasmo y las ideas comunes unieron al estudiante de Derecho con Nicolás Brause, Lucio Terra y varios jóvenes más que se animaron a conformar la colorada Lista 30. El mismo año se consagraba la agrupación Vamos Uruguay, emblema de Bordaberry y su renovación joven, y la militancia de Alonso iba in crescendo, como acompañando a las circunstancias. Para las presidenciales de 2009, “la 30” se convirtió en 1030 y, con esfuerzo, la agrupación juvenil obtuvo un diputado, el treintañero Juan Manuel Garino. En el 2010 el apoyo fue para Ney Castillo, quien con su lema “Hey, votalo a Ney” quiso ser electo intendente capitalino, puesto que terminó conquistando la comunista Ana Olivera.

Tanto en una contienda como en la otra, Florencia Piquet, novia de Leo desde mayo de 2006, lo recuerda muy activo. “Le encanta todo lo que sea pintar muros, hacer pancartas, hacer timbrazos, actos, caravanas, hacer banderas, hacer remeras, las reuniones y charlas con los asesores de Pedro, con los asesores de Ney”, y Piquet, casi obligada a recuperar el aliento, sigue enumerando, “charlas con gente de diferentes partidos, de diferentes barrios, de diferentes departamentos. Porque a Pedro”, refuerza la joven, “lo sigue a donde vaya”. En esas épocas, termina Florencia, “Leo no se pierde una. Está metido en la campaña al 100 % y cómo la disfruta. Aunque termine agotado…”.

Castillo le cede el micrófono a Alonso en plena campaña por las elecciones municipales de 2010.

Pero de izquierdas y derechas, nada. “No, no. A mí me gustan las personas. No soy tan ideológico”. Tampoco nada de tradiciones familiares. Incluso cuando toda su parentela de parte de madre es blanca. “Todos, todos”. Con un bisabuelo diputado por el Partido Nacional y un tátara abuelo que peleó con Aparicio Saravia –con sus restos en el panteón familiar como constancia-, hay mucha tradición. Pero Leo se la salteó. Tampoco es que se sienta tan diferente a cualquier militante blanco de su edad. De hecho, tiene un buen amigo tras líneas enemigas. Augusto Dell‘ Ava, compañero en la facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo y concejal blanco por el CCZ 5 (Punta Carretas), asegura que siempre hacen rancho aparte en los asados de la clase, y pasan horas hablando de política. Están de acuerdo en todo: “Si somos primos hermanos ideológicos”.

¿Por qué colorado, entonces? En el polémico gobierno de Jorge Batlle, Leo casi seguía siendo un chiquilín. Pero el bichito de la política ya le picaba por todos lados. Alumno de The British Schools, muchos de sus amigos tenían padres políticos: “Carli” era el hijo de Carlos Ramela –secretario del entonces presidente-;  Andrés, de José Amorim –ministro de Educación y Cultura en 2004- y “Bondi” (Agustín) era el segundo de los tres hijos del mismísimo Pedro Bordaberry –ministro de Turismo por aquellos días-. Leo los veía, y le gustaba lo que hacían, y se identificó con ellos, y ta. No le dio más vueltas.

Con un entorno tan politizado parecería que no hay tiempo para otra cosa que, valga la redundancia, la política. Pero sí: hay un Leo más allá del militante. Y a ese le gusta la pesca, el campo, la playa, los asados con amigos y el fútbol 5. También, o al menos así se puede leer en su perfil de Twitter, jugar al tejo. Y sí, Twitter. Porque la suya es una militancia muy 2.0. “Sinceramente, no me gusta discutir personalmente. Prefiero evitar las discusiones. Capaz que por escrito me engancho más. Capaz que me siento más confiado escribiendo que hablando”, alega el propietario de una activísima cuenta en la red social del pajarito. El miércoles se podía leer en su tuit número 861: “Como decía Winston Churchill, una democracia es como una cometa, se eleva más alto cuando hay más viento en contra...”.

Pero no solo de política vive el hombre, tampoco en el mundo digital. Así, Leo asegura que no emplea su cuenta solo para hacer activismo político, también la usa para hablar con sus amigos – tuit número 841: “¿¿Salió jugar un horcado??”. Imagen: un ‘amigo’ siendo evidentemente sofocado por su propia bufanda- o para compartir observaciones vitales -tuit número 832: “Tirale un gato... Le arruinas el día…”. Imagen: un paseador de perros rodeado por aproximadamente 17 canes-. Lejos, muy lejos, de los casetes políticos. Porque, después de todo, argumenta: “la política es tan amplia, es la forma de pensar y de ser, que hasta me parece bueno que un político haga estas cosas, porque te muestran como es el loco”.

En esa línea, de escribir más que hablar, Leo creó este 23 de mayo el grupo de Facebook “Uruguayos X + Seguridad”. Con 2.440 miembros más y un alto nivel de participación, el grupo organiza marchas y manifestaciones y sirve de plataforma para debates o meros actos de catarsis colectiva. “La situación se fue de las manos, así no se puede seguir” es lo primero que se lee en la sección de información de la página.

La (falta de) seguridad es una de sus banderas políticas más fuertes. También las deficiencias de la Intendencia de Montevideo –entre ellas la organización del tránsito- o incluso la salud pública; pero la inseguridad, como dice la novia, “le toca de cerca”.

El 30 de octubre de 2011 entraron ladrones a la casa de la familia Alonso Bauer en Carrasco. Los delincuentes se encontraron con Leo y su padre adentro y los maniataron, golpearon y robaron. Tras el violento copamiento, el ambiente del hogar se volvió aún más tenso –la sensación de inseguridad ya se sentía en el barrio y continúa hasta hoy-. No había pasado un mes cuando, en la madrugada del 29 de noviembre, los Alonso se despertaron sintiendo otra vez ruidos en las afueras de su casa. El padre bajó armado y salió al patio, queriendo ver qué sucedía, pero no encontró nada. Escuchó un grito de su esposa y volvió a entrar a la casa donde, totalmente a oscuras, percibió una sombra que se movía y disparó. Cuando encendió la luz se encontró con el cuerpo, ya sin vida, de su hija de 24 años Federica.

Dos días después se llevaba a cabo la marcha por más seguridad organizada por Leo, junto a algunos compañeros del partido, tras el copamiento que había sufrido en octubre. Sobre esos días, Florencia recuerda como “Leo tuvo la fuerza de pararse ante 4 mil personas y dar un discurso. A mí se me caían las lágrimas y tenía una piel de gallina ‘insacable’. Después Leo me dijo que la fuerza no supo de dónde la sacó, se la dio Fede”.

El juez del caso indicó, nueve días después, que el padre había actuado en legítima defensa y "con el convencimiento que su vida y la de su familia se hallaban en peligro". El mismo día se archivó la investigación.

Hoy, como antes, a Leo lo motiva ver que nada cambió, “que [en materia de seguridad] no está pasando nada”. Hoy, como un ciudadano más, solo quiere velar por sus derechos, reclamarlos. Hoy, solo pide qué se pueda vivir mejor.

Leo y Florencia en las elecciones juveniles del Partido Colorado de noviembre 2010.

Leo no es alto ni bajo, flaco, suele ir por la vida con una barba de unos días y el pelo un poco más largo de lo que le gustaría a un padre. Es un “loco medio tímido”, en sus palabras, y sus gestos dicen bastante lo mismo -se mira las manos durante toda la conversación-. Habla pausado, tranquilo y –sí, esta observación es bastante subjetiva- con denotada paz. Es un tipo que sabe lo que quiere: “trabajaré de lo que me haga más feliz [independientemente de los cinco años que le ha dedicado al estudio del Derecho] y pueda mantener una familia”. En diez años Leo quiere estar “casado, con trabajo, y con hijos”. En la política, el tiempo dirá. Hoy tiene 23 años.  

viernes, 1 de junio de 2012

Caleidoscopio

Lorca (Federico García); diarios de La Habana -o cómo sobrellevar las penurias del quinto mundo con algo de estilo-; asuntos reales -o la vida y obra del rey Juan Carlos I-; el dictador, casi por antonomasia, con ustedes, el general Augusto Pinochet; Gabriel García Márquez, ¿el poderoso?; un perfil psiquiátrico del revolucionario bolivariano más famoso –que nunca va a ser otro que Hugo Chávez-; más y más Castro…

Creo que se puede apreciar un patrón. Pero lo más particular de Jon Lee Anderson no son tanto sus temas -ni destinos-, sino su “categoría” de estadounidense. Y el hecho de que, originalmente, todas estas publicaciones fueran en inglés. Y se desparramaran por las páginas de LA revista gringa, The New Yorker.

Ta. 

No hace tanto estuve viviendo en España por –y esta definición es cuestionable- un tiempo considerable: cuatro meses. Entre que la adaptación costó más de lo estimado y mi mejor amiga terminó siendo, para sorpresa de pocos, salvo quizá, la mía propia, una panameña imponente, hoy puedo sintetizar la estadía como una de poca interacción con los antepasados y bastante reflexión sobre el paisito.
  
"¡No estamos taaan mal!", fue una de las primeras conclusiones que verbalicé en presencia de otra compatriota perdida. Ella asintió. Y, tomando un café, que ella pagó, bajo el compromiso de que yo me encargaba de la revancha -costumbre española, según tengo entendido, que nunca practiqué demasiado, tal vez de ahí mi falta de amigos locales, nunca lo sabré- sentenció: "Es que hay que irse para afuera para poder verlo bien [a él, al paisito]".

"Fa, de nuevo la rueda", pensará mi lector irónico. Muy atinado, debo agregar. Pero, le recuerdo, para generar impacto, el timing lo es todo. Más todavía -por lo menos en este caso- el espacio geográfico. Y quizá por todo esto no sorprenda tanto considerar que tal vez sean los de afuera los que nos tengan que decir cómo son las cosas acá adentro.