martes, 8 de junio de 2010

Derribando prejuicios

Un grupo de científicos uruguayos busca la reconciliación con una de las especies de peor fama: las bacterias

Las personas se cepillan los dientes para escupirlas. Se lavan las manos para evitarlas. Se limpian y refriegan el cuerpo, una y otra vez.
En las publicidades las representan como los monstruitos más feos.
Los niños incluso les temen.
Y, a pesar de todo, pueden traer las grandes respuestas del siglo que recién empieza. Son las bacterias.

Las bacterias suelen ser sinónimo de enfermedad. Incluso cuando no son aborrecidas por sus efectos en la salud, son desmerecidas por su pequeño tamaño. Bacterias, más vale perderlas que encontrarlas.

Sin embargo, estos prejuicios entorno a los organismos diminutos pierden peso frente a las investigaciones del científico uruguayo Francisco Noya. El doctor en Bioquímica y Genética Molecular e investigador del Clemente Estable elabora en la actualidad un proyecto tan ambicioso como innovador: encontrar nuevos biocatalizadores que sirvan para la producción de biocombustibles a partir de fuentes renovables.

Pero antes de llegar a la conclusión, el científico empieza por el principio. Así es como plantea que es importante no dejar de lado la faceta de las bacterias que muchos desconocen: sus beneficios. Éstos se ven en su participación en el proceso de la digestión, su rol preponderante en la formación de los intestinos e incluso en la adquisición de la vitamina K.

Y eso solo en el cuerpo humano. Entre los beneficios de las bacterias conocidas podemos encontrar al yogur, la producción de medicamentos y también la de algunos fertilizantes. La utilidad más actual: la bioremediación que busca, por ejemplo, dar con las bacterias que se alimentan de hidrocarburos y solucionar así problemas como los derrames petroleros. Otra vertiente de este novedoso uso de los microorganismos sería entonces el planteo de Noya y sus colaboradores.

Porque la cuestión es que solo se conocen quince mil especies de bacterias de las diez millones que se sabe que existen. La pregunta de investigación -para el científico- pasa a ser obvia: “¿Esconderán estas bacterias soluciones a algunos de los problemas que tiene nuestra sociedad del siglo XXI?”

La Unidad de Bioquímica y Genómica Microbiana que integra Noya se decidió por buscar bacterias que ayudaran a convertir sustancias comunes y abundantes en combustibles o, mejor dicho, biocombustibles. ¿Sustancias comunes? Pensaron en residuos de madera, pastos secos –ejemplo: paja de trigo-, cáscara de arroz o papel en desuso. Todas estas materias primas tienen en común ser baratas y fáciles de producir.

Fue entonces que la pregunta se hizo más específica: “¿Qué tal si se pudiera encontrar una bacteria que convirtiera estos residuos en combustible útiles como el alcohol?”

El final del cuento es casi feliz. El equipo de investigación dio a parar con las bacterias que residen en el intestino de las termitas, insectos que se alimentan de madera, o sea, capaces de degradar la celulosa. De estas bacterias se extrajo el ADN que luego se combinó con el de la celulosa derivando en el alcohol.

¿Por qué, entonces, casi? Es un proceso todavía muy caro. La gran complicación es la viabilidad económica del producto final. Porque por ahora no dieron con la solución a la segunda parte del proceso: la bacteria que produzca la enzima que transforme la celulosa en azúcar. Hoy esta fase no se alcanza de forma “natural” y se deben invertir grandes dosis de energía –y, por ende, capital- en llevarla a cabo.

Pero Noya no se queda de brazos cruzados. El científico –que tiene la particularidad de tener un Master en Administración de Empresas- plantea una respuesta tan simple como compleja: “abrirle los ojos a ANCAP”. Hasta que eso no suceda, no va a haber cambios reales. Porque el verdadero motor del desarrollo, para el biólogo, es la inversión en la innovación.

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