martes, 22 de junio de 2010

La huella de carbono aterriza en Uruguay

Cómo alcanzar la mayor eficiencia y la menor contaminación, sin morir en el intento

Tema complejo si los hay. Están quienes buscan –sinceramente- la mejora del ecosistema. También los que defienden la producción nacional. Y están, como siempre, los que defienden los intereses comerciales. En esta maraña de opiniones encontradas sobresale el planteo –bastante singular- del especialista en la materia, Daniel Martino: la manera de bajar las emisiones de carbono sería, paradójicamente, aumentándolas. Siempre que sea en pos de la productividad.

El “cuentito” del Efecto Invernadero que aprendimos en el liceo decía, más o menos, así: por un lado tenemos al Sol que, mecanismo de radiación mediante, emite calor que llega a la Tierra, para convertirse después en calor terrestre. Por otro lado está nuestro planeta, que también tiene la capacidad de transmitir calor hacia el exterior. Y por último está la atmósfera, que envuelve a la Tierra con concentraciones gaseosas que tienen la capacidad de absorber parte de este calor. Por esta cualidad –la de retener el calor emitido por la Tierra resultando en un calentamiento de la superficie- es que los conocemos como los Gases de Efecto Invernadero (GEI). Si este proceso natural no existiera, la temperatura media de nuestro planeta estaría alrededor de 33º C por debajo de su valor actual.

Pero lo que ayer era una unidad más en el programa de ciencias naturales de secundaria, hoy es uno de los temas más candentes a nivel global. El problema es el siguiente: a partir de la Revolución Industrial, “nuevas” actividades humanas han provocado el incremento sostenido de los GEI [vapor de agua, dióxido de carbono (CO2), metano (CH4), óxido nitroso (N2O) y Ozono (O3)]. Y en donde antes había un equilibrio entre la energía entrante (solar) y la saliente (terrestre), ahora estamos ante un incremento de la capacidad de la atmósfera para absorber la radiación terrestre. ¿Cómo se resuelve este desequilibrio? Con un calentamiento de la superficie terrestre. El ya conocido Calentamiento Global. Que se ve reflejado en el crecimiento del nivel medio del mar; en los cambios en la circulación atmosférica y los regímenes de lluvias; y en el desplazamiento de las zonas agrícolas.

Con todo esto es entendible que la comunidad internacional se concentre cada vez más en la búsqueda de soluciones para controlar los impactos del cambio climático.

Es en este marco que surge la necesidad de cuantificar la cantidad de emisiones de GEI. Y así nace el concepto de huella de carbono, como indicador que busca medir las emisiones de CO2 que son liberadas a la atmósfera por efecto -ya sea directo o indirecto- de las actividades humanas. Pero no medirlas por medirlas y nada más. La idea de fondo es controlar, reducir o incluso neutralizar estas emisiones y sus impactos. Y, dando un paso más, se busca también promover la divulgación de esta información con el fin de concientizar a la población en su conjunto acerca de qué prácticas son más “amigables” con nuestro medio ambiente.

Pero todo esto es todavía muy nuevo; incluso para el mundo desarrollado. Sin embargo, el que lleva la batuta en toda esta cuestión es Francia, con un proyecto de ley que prevé exigir el etiquetado de la huella de carbono en todos los productos alimenticios que pretenden ingresar en el país. Para los expertos, esto sería tan solo la antesala del segundo paso, y el más interesante: poner un impuesto de frontera a las emisiones. Y esto tiene su razón lógica, ya que los galos tienen la obligación de reducir sus emisiones –asumida ante la Unión Europea y el Protocolo de Kyoto- y de esta forma transfieren su responsabilidad a los productores. El productor francés se encuentra compitiendo con una producción libre de obligaciones; es entonces que, para que la disputa no sea tan desproporcionada, el impuesto de frontera aparece como la solución más sensata.

Ahora, ¿cómo entra todo este asunto –de dimensiones mundiales- en la realidad de nuestro pequeño país? La mejor forma de explicar su influencia es ilustrándola en el desarrollo de la actividad económica por excelencia: la ganadería.

Cuando pensamos en el rendimiento que tienen cien vacas uruguayas pastando en territorio nacional, lo último en pasar por nuestra mente es el estado del tiempo. Bueno, sí, el clima repercute en las pasturas, incluso el frío o calor extremos pueden llegar a matar a los “bichos”, pero primero en el orden de las preocupaciones están, por ejemplo, los porcentajes de parición. La cantidad de terneros que esas vacas pueden producir en un año nos dice que tan económicos son estos animales. Y eso es lo importante: la rentabilidad.

Pero aún así, pensando solo en la rentabilidad y en nada más, cuando se habla de cambio climático, rara vez se está pensando en sus efectos en el aumento de la productividad de la ganadería o agricultura. A simple vista, nada tiene que ver una cosa con la otra.

Daniel Martino, director ejecutivo de Carbosur desde su fundación en el 2000, tiene un enfoque completamente diferente. Su empresa, encargada de brindar servicios especializados en el área del cambio climático, busca atenuar –el término específico vendría a ser “mitigar”- el impacto de esta problemática. Y su planteo a las empresas nacionales es muy simple: la huella de Carbono es un indicador claro de cuán eficiente o ineficiente es la producción.

“La huella de carbono de los sistemas de ganadería extensiva de acá es muy alta: puede llegar a valores de hasta setenta kilos de CO2 por kilo de carne, perfectamente”, alega el experto. Entonces, conocer la huella de carbono y gestionarla, es una forma de mejorar la eficiencia de la producción; cosa que sería beneficiosa tanto para el agricultor como para el país.

La cosa es así: en Uruguay, cada cien vacas, un promedio de sesenta tienen cría por año. Teniendo en cuenta que la única función que tienen estos animales es, justamente, producir terneros, este dato no es tan espectacular. En un mundo ideal, cada una de esas cien “vaquitas” tendría un “hijito” por año. Pero todavía estamos lejos de lo perfecto. Y hoy tenemos, por cada centenar de bovinos, cuarenta que solo sirven para masticar pasto y, para colmo, emitir gases en el intervalo.

¿El planteo de Martino? “Solo mejorando el porcentaje de parición o el de destete de los terneros se podría estar reduciendo la huella de carbono de un modo fuerte”. Entonces, si se impone una medida política para reducir las emisiones de la carne uruguaya, indirectamente, sería un gran estímulo para mejorar la productividad y eficiencia.

La solución para reducir la huella de carbono es, cuando menos, interesante: mejorar el porcentaje de parición, nuestro objetivo como ganaderos desde un primer momento.

Entonces, ¿por qué cuando Carbosur le presentó a los principales frigoríficos del país su proyecto para empezar a medir sus emisiones ninguna aceptó? La Ingeniera Civil –e integrante del Centro de Producción más Limpia de la Universidad de Montevideo- Milenka Sojachenski nos da dos posibles causas. En primer lugar, porque la huella de carbono es bastante desconocida en Uruguay. Y esto se debe a que el país, con una producción mínima de CO2, no tiene ninguna exigencia de bajar sus emisiones. Y, como todo, cuando no hay obligación, no hay interés.

Pero no todo es falta de voluntad. Sobre todo si consideramos que el otro motivo probable es el tema de los costos. Y aquí surge un nuevo dilema: no hay metodología aprobada para calcular la huella de carbono. Esta carencia obliga a que cada proyecto demande la creación de un procedimiento nuevo. Y este esfuerzo extra implica gastos extras. Que, encima, se amoldan a las magnitudes y a la duración de cada proyecto específico. En fin, es “caro”. Puede rondar entre los ocho mil y 10 mil dólares, o incluso llegar a la módica suma de 15 mil dólares.

Caro, para invertir en algo que no es de carácter obligatorio. Caro, para gastar en algo que no se entiende bien para qué sirve. Pero todo esto puede cambiar en poco tiempo. O al menos eso es a lo que aspiran los involucrados en la enredada cuestión del cambio climático.

martes, 8 de junio de 2010

Derribando prejuicios

Un grupo de científicos uruguayos busca la reconciliación con una de las especies de peor fama: las bacterias

Las personas se cepillan los dientes para escupirlas. Se lavan las manos para evitarlas. Se limpian y refriegan el cuerpo, una y otra vez.
En las publicidades las representan como los monstruitos más feos.
Los niños incluso les temen.
Y, a pesar de todo, pueden traer las grandes respuestas del siglo que recién empieza. Son las bacterias.

Las bacterias suelen ser sinónimo de enfermedad. Incluso cuando no son aborrecidas por sus efectos en la salud, son desmerecidas por su pequeño tamaño. Bacterias, más vale perderlas que encontrarlas.

Sin embargo, estos prejuicios entorno a los organismos diminutos pierden peso frente a las investigaciones del científico uruguayo Francisco Noya. El doctor en Bioquímica y Genética Molecular e investigador del Clemente Estable elabora en la actualidad un proyecto tan ambicioso como innovador: encontrar nuevos biocatalizadores que sirvan para la producción de biocombustibles a partir de fuentes renovables.

Pero antes de llegar a la conclusión, el científico empieza por el principio. Así es como plantea que es importante no dejar de lado la faceta de las bacterias que muchos desconocen: sus beneficios. Éstos se ven en su participación en el proceso de la digestión, su rol preponderante en la formación de los intestinos e incluso en la adquisición de la vitamina K.

Y eso solo en el cuerpo humano. Entre los beneficios de las bacterias conocidas podemos encontrar al yogur, la producción de medicamentos y también la de algunos fertilizantes. La utilidad más actual: la bioremediación que busca, por ejemplo, dar con las bacterias que se alimentan de hidrocarburos y solucionar así problemas como los derrames petroleros. Otra vertiente de este novedoso uso de los microorganismos sería entonces el planteo de Noya y sus colaboradores.

Porque la cuestión es que solo se conocen quince mil especies de bacterias de las diez millones que se sabe que existen. La pregunta de investigación -para el científico- pasa a ser obvia: “¿Esconderán estas bacterias soluciones a algunos de los problemas que tiene nuestra sociedad del siglo XXI?”

La Unidad de Bioquímica y Genómica Microbiana que integra Noya se decidió por buscar bacterias que ayudaran a convertir sustancias comunes y abundantes en combustibles o, mejor dicho, biocombustibles. ¿Sustancias comunes? Pensaron en residuos de madera, pastos secos –ejemplo: paja de trigo-, cáscara de arroz o papel en desuso. Todas estas materias primas tienen en común ser baratas y fáciles de producir.

Fue entonces que la pregunta se hizo más específica: “¿Qué tal si se pudiera encontrar una bacteria que convirtiera estos residuos en combustible útiles como el alcohol?”

El final del cuento es casi feliz. El equipo de investigación dio a parar con las bacterias que residen en el intestino de las termitas, insectos que se alimentan de madera, o sea, capaces de degradar la celulosa. De estas bacterias se extrajo el ADN que luego se combinó con el de la celulosa derivando en el alcohol.

¿Por qué, entonces, casi? Es un proceso todavía muy caro. La gran complicación es la viabilidad económica del producto final. Porque por ahora no dieron con la solución a la segunda parte del proceso: la bacteria que produzca la enzima que transforme la celulosa en azúcar. Hoy esta fase no se alcanza de forma “natural” y se deben invertir grandes dosis de energía –y, por ende, capital- en llevarla a cabo.

Pero Noya no se queda de brazos cruzados. El científico –que tiene la particularidad de tener un Master en Administración de Empresas- plantea una respuesta tan simple como compleja: “abrirle los ojos a ANCAP”. Hasta que eso no suceda, no va a haber cambios reales. Porque el verdadero motor del desarrollo, para el biólogo, es la inversión en la innovación.

Vida artificial: ¿Es o no es?

Continúa el debate entorno a la polémica investigación de Craig Venter

La bacteria Mycoplasma mycoides es un agente infeccioso del ganado. Pero en estos días su prestigio ha crecido de forma desproporcionada gracias a su participación en lo que fue calificada por los medios –de forma un tanto apresurada- como “la creación de vida artificial”.

Tal descubrimiento estuvo encabezado por el reconocido científico Craig Venter, un viejo conocido en la materia. El estadounidense fue uno de los primeros en generar la secuencia del ADN humano. En esta ocasión, fue el mismo bioquímico quien explicó en los últimos días de mayo, en una publicación en la revista Science, en qué consistía la novedosa técnica en la que trabajó en los últimos quince años junto a sus veinticuatro colaboradores.

El experimento ya es famoso. Consistió en replicar en el laboratorio el conjunto de genes de la bacteria para, una vez alterado, colocarlo en otra “parecida”, pero distinta –mismo género, distinta especie-: la Mycoplasma capricolum. A ésta, antes de recibir al nuevo genoma, se le retiró la mayoría de su propia información genética. El nuevo contenido genómico pasó a controlar a la Mycoplasma capricolum, que empezó a producir las proteínas que el ADN trasplantado le pedía.

Una vez entendido el procedimiento, es fácil ver que las conclusiones que hablan de una “creación de vida” son un tanto precipitadas. Si bien el exitoso experimento significó un gran paso para la ciencia, no supuso semejante salto. Porque se trató de una modificación –compleja, eso seguro, pero modificación al fin- y no de una invención donde antes no había nada.

Aunque la célula modificada es casi una copia de una bacteria natural –lo que hace que no tenga valor en sí misma-, la importancia de esta innovación tiene que ver con las puertas que abre. Alcanzada la primera célula de este tipo, los investigadores pueden arremeter contra su verdadero objetivo: instalar en una bacteria un genoma elaborado en un laboratorio que le ordene realizar trabajos de utilidad para el ser humano.

En este marco es que los científicos sueñan con bacterias capaces de servir como vacunas; microorganismos que se puedan usar para crear ingredientes alimentarios; o incluso algas unicelulares que atrapen el dióxido de carbono y generen biocombustibles.

Y parece que las empresas petroleras creen que estos objetivos no son un delirio de la ciencia. Es así como Synthetic Genomics –la empresa fundada por Venter que financió la investigación- ya firmó un contrato de seiscientos millones de dólares con la petrolera estadounidense Exxon Mobil.

Muy distinta es la postura de algunos colegas científicos de Venter. Entre los que cuestionan la investigación está Pat Mooney, director del ETC Group (organismo internacional privado de control de las tecnologías). En un comunicado Mooney establece los riesgos: “las formas de vida creadas en laboratorio pueden convertirse en armas biológicas y amenazar también la biodiversidad natural”.

Fuentes: Clarín, Página 12, El País de Madrid

domingo, 30 de mayo de 2010

“En la medida que uno conoce, queda menos lugar para el misterio”

Oscar Ordónez, sacerdote uruguayo, analiza junto a otros compatriotas la crisis en la Iglesia

Las escandalosas acusaciones a la Iglesia Católica de tolerancia frente a los casos de pedofilia han dado de qué hablar en la última mitad de año. Voces contradictorias se levantan desde ambos bandos de la contienda y nadie parece estar a salvo. Incluso la propia cabeza, el Papa Benedicto XVI. Pero, frente a este estado de crisis permanente que acosa a la Iglesia, se dejan entrever las primeras señales de esperanza.

En la última semana de abril, el Papa Benedicto XVI aceptó la dimisión de dos obispos implicados en casos de pedofilia. James Moriarty, cuarto obispo irlandés en dimitir de su cargo tras el destape de los casos de pederastia en su país; y Roger Vangheluwe, obispo belga que reconoció haber abusado de un menor hace varios años. Por ahora, estos son los últimos coletazos de la oleada de escándalos que sacude a la Iglesia Católica en Europa y América desde noviembre. Por ahora.

En los últimos meses de 2009, varios medios internacionales, con The New York Times a la cabeza, soltaron mucha tinta acusando a la Iglesia de Irlanda, no solo de no tomar medidas lo suficientemente drásticas con respecto a los casos de pedofilia, sino de ir incluso más allá colaborando en los encubrimientos.

Con tanta tinta derramada, los medios lograron despertar el interés del mundo entero, y de la Iglesia Católica más que el de nadie. Autoridades eclesiásticas se vieron obligadas por la situación -pero, de manera más especial, por su propia conciencia- a desvelar algo de las investigaciones que se llevan a cabo tras sus muros.

Es así como hoy sabemos que en los últimos nueve años se llegaron a analizar las acusaciones de unos tres mil casos de sacerdotes diocesanos y religiosos vinculados a delitos morales cometidos en los últimos cincuenta años. Así lo informó Charles J. Scicluna, promotor de justicia de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, en una entrevista publicada por el diario Avvenire, de la Conferencia Episcopal Italiana. Ahora, vale aclarar: tres mil casos en cuatrocientos mil sacerdotes, una ínfima proporción.

El debate ha ido adquiriendo formas diversas, tocando todas las aristas de la cuestión. Entre ellas, la presunta relación entre el celibato y la pedofilia. Abundan, desde siempre, los cuestionamientos al celibato de los pastores de la Iglesia Católica. Y la pedofilia ha servido como una leña más de un fuego ya enardecido. Sin embargo, no existe evidencia de ningún tipo que vincule esta forma de vida con esta parafilia: el origen de tal desviación sexual nada tiene que ver con el sacerdocio.

"La pedofilia no se aprende y no se hereda. Tiene que ver con el desarrollo”, argumenta la Lic. Rosana Pombo, psicóloga y sexóloga clínica. La especialista aclara que en muchos casos el nacimiento de esta desviación sí tiene que ver con una inadecuada educación sexual en la infancia. “Cuando lo que da placer se asocia con lo prohibido, la prohibición, el castigo y la humillación se cargan de erotismo”.

Esta explicación va en consonancia con las interpretaciones del Lic. en Filosofía y profesor de Teología en la Universidad de Montevideo, Ignacio Pérez Constanzó. “Estas actitudes muchas veces son la respuesta a una época de educación muy puritana, que conduce a la sociedad al otro extremo; al extremo más laxo”, establece el académico. Y añade: “es lo mismo que sucede con la autoridad; y así pasamos de la dictadura al anarquismo”.

Pero el problema de entender la pedofilia no se agota en el análisis de sus causas. La característica más compleja de la enfermedad es la propia conducta del que la padece. Y esto es porque, cognitivamente, el pedófilo no considera inapropiada su tendencia, por lo que no suele presentar sentimientos de culpa o vergüenza. Es así como, tanto la actitud del pedófilo -que no tiene conciencia de enfermedad- como la de la víctima -que suele bloquear los recuerdos vinculados al abuso para evitar reactivar la situación traumática- no colaboran con el adecuado tratamiento del problema.

Vemos entonces como particularidades de la propia pedofilia entorpecen el accionar de la Iglesia en la materia. Con todo, bastante camino ha hecho.

Entre las últimas novedades de Roma, fueron titulares las declaraciones del Supremo Pontífice a los periodistas en su vuelo a Portugal en estos últimos días. “Hoy, las más grandes persecuciones a la Iglesia no vienen de fuera, sino de los pecados que dentro de la propia Iglesia” fue uno de los argumentos del Papa que mejor recepción obtuvo desde su carta a los fieles de Irlanda del 19 de marzo. Si bien el Santo Padre ha intentado en reiteradas ocasiones –también se reunió con las víctimas de abusos- emprender el camino de la justicia y reconciliación, para algunos no parece suficiente.

Y es que, otra vez, el problema de base es otro. “El cuestionamiento al Papa no es nuevo”, alega Pérez Constanzó. Pero incluso de mayor fuente de enfrentamiento sirven las aparentes diferencias de juicio entre la ley civil y la de la Iglesia. Según Oscar Ordóñez, cura párroco de la Iglesia de la Virgen del Carmen y Santa Teresita en el Prado, “lo entreverado de la cuestión es la diferencia entre la concepción del creyente de la del no creyente”. Porque lo que la ley establece como delito; la Iglesia lo califica como pecado. Y donde la ley pena; la Iglesia busca la absolución. Con esto no se quiere decir que la doctrina católica promueva una idea de hombre desligado de sus responsabilidades, sino que éste no es terreno donde la Iglesia pueda o deba intervenir.

La cuestión que sigue latente entonces es: ¿qué más puede hacer la Iglesia? Primera solución que se brinda desde el ámbito eclesial: “Tendrá que ser más cuidadosa en la selección de los candidatos al sacerdocio”, dice, como muchos otros sacerdotes, el padre Ordónez. Pero una solución más novedosa resulta la de “brindar espacios en los que se pueda discutir abiertamente estos temas, porque en la medida en que unos conoce, queda menos lugar para el misterio”.

Sin embargo, “la Iglesia no es una agencia de prensa”, establece Pérez Constanzó. Si bien la primera solución debe de ir por el camino de la acción, la comunicación de lo qué se hace y lo qué se deja de hacer también debe ser tomada en cuenta.

Para rematar, Ordónez apela al ánimo de “no violentar”. Porque no se le explica a un niño aquellas cosas que todavía no tiene la capacidad de entender. Del mismo modo, la gente sin fe, puede no estar en condiciones para entender determinadas cuestiones. El sacerdote se refiere más que nada a la incomprensión de algunos con su vocación al celibato. Incomprensión a la que él responde con total convencimiento: “vale la pena consagrar la vida”.

lunes, 3 de mayo de 2010

Estructura de La muerte imparable

Pablo Ordaz arranca La muerte imparable describiendo una situación que está en total concordancia con el título. “Hasta hace 20 minutos tenía 14 años y se llamaba Raúl”. "Hasta hace 20 minutos" había una vida. La muerte acaba de pasar. Nos pone en situación. Despierta nuestro interés, nos emociona, pero no sólo porque puede, porque sea un recurso "fácil", sino porque esa es la esencia de Ciudad Juárez: el centro del reportaje.

Pero empezar con tanta fuerza tiene sus riesgos. El primero: no poder mantener esa tensión a lo largo del artículo. ¿Cómo hace Ordaz para que éste no sea el caso? Administra sus recursos. En lo que refiere a la información, pero, más que nada, a la escritura. Distribuye así tanto hechos y datos duros como formas de abordar los distintos sucesos y testimonios que conforman la historia. Esto responde también a la necesidad del lector de tener momentos para "respirar": no podemos leer ocho carillas seguidas de muerte.

La estructura que eligió Ordaz hace que la lectura sea fácil y entretenida a la vez. Una vez que describe ese hecho puntual, tan representativo de la situación general que después describe, el narrador sigue un poco el orden de los acontecimientos. "Un poco" porque por momentos aprovecha la introducción de nuevos elementos, conforme se suceden las horas, para ahondar más a fondo en estas otras facetas de la cuestión. Para ayudar al lector, Ordaz emplea una suerte de subtítulos -resalta las primeras palabras de algunas oraciones puntuales-. Por lo general, se refieren a una vuelta al hilo conductor del reportaje. Con algún cambio de escenario o fuente.

Los diálogos que describe son muy significativos. No los eligió al azar, eso está claro. Porque, además de erizarnos un poco, ilustran esa aura de muerte que se percibe en Ciudad Juárez:

- ¿Una emboscada de los narcos?
- No. Los militares tenían instalado un control. Les dieron el alto. Los policías no quisieron parar. Los militares abrieron fuego. Los mataron a los dos.

Ya para terminar, el cierre está muy bien elaborado. Porque, siguiendo ese orden lógico y cronológico que se va desarrollando, logra hacer una referencia para nada forzada con el principio. Y así nos da la idea de que el mensaje que transmite es solo uno y está claro. La muerte, en Ciudad Juárez, no se puede parar.

jueves, 29 de abril de 2010

Estructura del perfil de Graciana

Llegué a Grace gracias a una amiga en común (y fuente): Sofía. Entonces, a la hora de escribir, me pareció que podía ser interesante seguir un poco mi "apróximación" real a mi perfilado. Es decir: Grace desde la ópitca de Sofía, su compañera de inglés, que al principio nada entendía del Body Fitness.

En la estructura esto se tradujo así: la faceta de Grace de aspirante a traductora y cómo vive eso en paralelo a su práctica del deporte. Le sigue una explicación del deporte en sí.

Una vez entendido de qué estamos hablando, me decidí por narrar la experiencia "cronológica" de Mozzo: cómo arrancó y demás. Y después un poco de su día a día: el hoy.

Para rematar, quise describir un poco esa visión tan particular que tiene Grace acerca de cómo vivir el deporte. Cómo es una expresión de su personalidad. Cómo trata de volcar lo que aprende haciendo gimnasia en los demás ámbitos de su vida. Además de responder a cierto orden lógico, creo que daba un buen final.

Como recuadro elegí el tema de la vigorexia, arista que, si bien me parecía interesante, no creo que reflejara a Grace, por lo que no quería que fuera parte de la nota.

miércoles, 28 de abril de 2010

“No me gustan las cosas average”


Graciana Mozzo, de 19 años, sueña con ganar el campeonato nacional de Body Fitness

Hace poco más de un año, Graciana era solo una chica más. Alta y esbelta. Solo una joven del interior que intentaba adaptarse al ritmo de Montevideo para alcanzar un título. Algo de esa Graciana se deja entrever hoy cuando abre la puerta, de buzo y vaqueros. Pero, ni bien se pone la calza, aparece la Mozzo que renació en 2008: musculada y con madera de campeona. Porque, en sus palabras, nunca le complació lo promedio.

Basta una palabra para aterrar a cualquier joven uruguayo que persevera en el estudio del inglés como lengua extranjera.
Prof.
Así se conoce al Certificate of Proficiency in English (CPE), concedido por la Universidad de Cambridge solo a aquellos candidatos que alcanzan un nivel de dominio del idioma casi extraordinario.
Año a año, el mito del prof acosa a todos los candidatos que pretenden salvarlo. En junio y en diciembre. Y el año pasado, para Graciana Mozzo, no fue una excepción.

Graciana es de Maldonado y se mudó a la capital para cursar la carrera de Traductorado Público, que está radicada en la Facultad de Derecho. A principios de diciembre de 2009 dio el CPE junto a sus compañeros del Instituto de inglés Taal. Pero al mismo tiempo que rendía el examen, Graciana tenía una competencia de Body Fitness.
“Mientras íbamos a clase y estudiábamos, ella, a su vez, pasaba mucho rato en el gimnasio y seguía dietas muy estrictas. En todos los recreos sacaba su ‘Tupper’ con claras batidas, que según me contó sirven para aumentar la masa muscular”, cuenta divertida Sofía, compañera de inglés de Grace (como se hace llamar la joven bilingüe). Y sigue: “había días en que no podía comer alimentos sólidos, solo agua o café. A ella no le importaba: tenía su cabeza puesta en esa competencia, y quería ganar”.

¿Body qué? El fisicoculturismo -palabra que entronca los significados de cultura y físico- es un deporte basado en el ejercicio físico intenso, por lo general anaeróbico, que implica un entrenamiento con cargas. Tiene como fin alcanzar un cuerpo lo más definido, voluminoso y proporcionado posible en lo que refiere a la musculatura. Si bien por años se consideró un deporte de hombres, en 1980 se llevaron a cabo las primeras competencias femeninas.

Cierta censura social a estas prácticas, alimentada por estereotipos culturales acerca de la feminidad, provocó una evolución del culturismo femenino y el surgimiento de nuevas ramas: Fitness y Body Fitness. En estas modalidades priman las formas femeninas sobre el tamaño y el volumen. Una buena figura, un cuerpo bien definido, es en éstas el ideal de belleza.

A Grace, por su parte, siempre le gustaron las películas de Arnold Schwarzenegger. Siempre, desde chiquita. Incluso llegó a salir con un culturista antes de estar siquiera cerca de plantearse la incursión en el deporte.

Frente al riesgo de obsesionarse con el cuerpo ideal. Hoy se esparce entre los jóvenes “fierreros” la vigorexia, un trastorno alimenticio caracterizado por una preocupación perturbadora por el físico y una distorsión del esquema corporal. La voz de Grace: “uno tiene que tener la cabeza muy clara. En lo personal, me parecería muy mediocre solamente dedicarme al tema físico, como si fuera un pedazo de carne, sacándole toda cuestión filosófica”.

Ya pasaron dos años desde que Grace se instaló en Montevideo y se anotó en el gimnasio de la vuelta para ocupar la tarde que le quedaba libre después de ir a inglés. Sí, algún otro deporte había practicado. Ballet, patín, handball, pero nada muy en serio. Al tiempo se empezó a ver mejor, “más durita”. Por ese entonces pesaba solo 45 kilos: “era un palito”.

En el gimnasio Athletic conoció a una pareja de hermanos que hoy son sus grandes amigos. El mayor, Jonathan, era culturista; y el otro, Alex, estudiaba para convertirse en entrenador personal, pero manifestaba un interés creciente por los músculos de su hermano. Grace se alió con el menor y juntos empezaron a cambiar la dieta y a perfeccionar ejercicios.

La conversión radical se dio después de asistir a su primer campeonato en 2008. En sus palabras: “ahí empezó la locura”. De esos 45 kilos pasó a 56 y medio, “un disparate”. Después de la dieta de definición, bajó unos cuantos para después volver a subir de peso. Entre sumas y restas, Grace estima que habrá aumentado 4 kilos de masa muscular en un año, “muchísimo”. Hoy pesa 54.

A finales de 2009 compitió por primera vez. No le fue muy bien, “pero el juicio da de qué hablar”. Y parece que ésta no es solo su opinión personal. Después de la competencia, le llovieron decenas de solicitudes de amistad en Facebook. Eran aficionados que la felicitaban y alentaban. Ella no quiso entrevar las cosas, su vida privada con su faceta pública, así que creó a Grace Muhlets, su perfil profesional en la red social electrónica.
Con todo, la joven no se achica: “no hay que desanimarse con esas cosas, tengo bastante para meterle aún”.

Un cambio de vida. Al principio iba al gimnasio unas tres veces por semana, “como cualquier persona normal”. Hoy va cinco días de los siete, toda la mañana. Entrena con su amigo Alex, pero depende de las rutinas y ejercicios, ya que puede estar en período de ‘dieta’ o de ‘volumen’. “Empecé como su entrenador, hoy somos compañeros”, dice Alex, orgulloso.

Entre un ejercicio y otro, Alex pasa su brazo por la espalda de Grace y se lo apoya en el hombro, incluso la abraza y le da la mano. Graciana, cuando describe su pasión por el deporte, habla en plural: ella y su amigo/entrenador son un equipo.
Por otro lado también está la alimentación. El 60 por ciento del deporte, como le dicen algunos. En lugar de las cuatro comidas, ellos tienen seis, buscando acelerar el metabolismo respetando la absorción corporal. “Y eso influye un montón en la vida, en el sentido que me interfiere con los estudios y en el recreo de inglés tengo que comer las claras de huevo”, explica Grace.

Y no es cualquier comida. Alcohol: ni una gota; nada de aceites fritos – “si querés una milanesa, tiene que ser al horno, que es como comer cartón”-; y pollo todos los días. Pero Grace no se queja. Solo llora cuando se acuerda del azúcar: hace dos años que no toca un alfajor.

El gran problema está en todas las exigencias económicas que conlleva. Por ejemplo, cuando está a dieta come dos kilos y medio de suprema por semana, 80 claras de huevo, pan integral, papa, arroz… Y es más complicado porque la joven Mozzo es estudiante y depende cien por ciento de sus padres: “a veces me da cosa, por más de que no me digan nada”.
Ya para redondear la ilustración de su nueva vida, Grace agrega: “estoy un poco cansada, cuento con menos tiempo, y no somos muy amigos de la vida nocturna”.

Un día como tantos otros. Son las 9.30 del viernes. Graciana me recibe con un café en la mano, me muestra el gimnasio y nos sentamos frente a la mesa que hace las veces de recepción. Ella se sienta en la silla de plástico atrás del aparador como si fuera el más cómodo sillón. No hay nadie. Y así es como más le gusta: “somos medio acaparadores para entrenar, si no viene otro y me usa el aparato”, como si fuera de su propiedad. Pero explica: “en período de definición trabajamos con los tiempos cronometrados. No puedo tardar más de 45 segundos en arrancar con el próximo ejercicio, no me pueden estar usando el aparato”.

Rata Blanca entona de fondo “quiero saber si en verdad en algún lado estás…”. Alex y Grace empiezan por el calentamiento y discuten las rutinas del día mientras pedalean. Es un día de potencia para Grace, va a trabajar las piernas. Y Alex el pecho. Eso significa que se le van a pasar paseando de un extremo al otro del lugar.
Igual es viernes, un día liviano. Porque el descanso es de carácter obligatorio en este deporte. Literalmente. Sin un descanso adecuado y sueño el cuerpo no encuentra oportunidad para reconstruir y reparar las fibras dañadas, parte vital del proceso de hipertrofiar los músculos.

El sábado Grace asistirá a la Escuela Nacional de Entrenadores (ENADE), al curso que la prepara para desempeñarse como entrenadora personal, aunque no pretende dedicarse a tal profesión. Las clases las dicta Pablo Cabano, un gran exponente del culturismo uruguayo. Mozzo se desarma en cumplidos al hablar de él: “lo admiro mucho por lo que hizo, llegó a ser profesional de la IFBB [Federación Internacional], imaginate, estar con los gigantes de las revistas, y el trabajo que habrá llevado eso, su conducta, su pasión por el deporte”.

Esa tarde se reúne con el presidente de la Asociación de Fisicoculturismo y Fitness del Uruguay (AFFU). Van a evaluar en conjunto los resultados del campeonato. Grace busca entender mejor el dictamen del jurado, con miras a revertir el resultado en la competencia futura. Y el miércoles va a defender su examen de traductorado, ese que perdió el 9 de marzo. Por ello se está dejando el rubio, “porque son re soretes con esas cosas”. Después piensa reforzar su matiz rosa.

La estética más allá del músculo. Grace es de tez blanca, tiene ojos color miel y es rubia. Los rasgos de su cara son muy delicados, salvo cuando está haciendo fuerza y su cara toda se comprime. Está cerca del metro setenta de estatura y es muy proporcionada en sus formas. Además de musculada.

“Uno trata de exteriorizar su personalidad. A mí, por ejemplo, me encanta el rosado y busco reflejar eso en mí”. No hay más que verla para que eso quede claro. Desde su forma de vestir hasta su pelo: la melena rubia está adornada con destellos de fucsia. La malla para la próxima competencia, preciado regalo de una amiga, es rosado chicle con lunares plateados. Y hasta en su cuarto impera el color de las rosas.

Pero no hay que dejarse engañar por tanto tono pastel. La actividad a la que Grace dedica la mayor parte de su tiempo y energía es una de presión permanente por la propia superación. “Yo tengo ese perfil de persona que siempre le gusta exigirse. Me sentiría muy chata, o por lo menos no me sentiría yo, si me quedo solo con el estudio. No me gustan las cosas average”, dice convencida. Y si las cosas no salen, por lo menos lo intentó.

jueves, 15 de abril de 2010

Titulares y copetes

Reportaje: Salman Rushdie

Hábil fugitivo, aclamado por los reyes

En la vida de Salman Rushdie imperan los opuestos, que conviven en pseudo-armonía. Sus problemas comenzaron con “Los versos satánicos”, donde su historia osciló entre la ficción y lo real. Es que para el escritor “la frontera entre la realidad y la imaginación no es algo fijo”. Entre sus pares es tan aplaudido como repudiado. Otra contradicción casi armoniosa: condenado a muerte por el gobierno iraní es también Caballero de la Orden del Imperio Británico.

martes, 13 de abril de 2010

Santi

Santiago, con quince años, montaba a pelo a la yegua recién domada.
Estaba pasando sus vacaciones en un campo cerca de la capital. Con sus primos, se había pasado la mañana domesticando al animal.

Ahora ya era de tarde, y volvían a la carrera de dar una vuelta por el terreno.

Pero la lluvia había dejado en todo Canelones un suelo muy embarrado.

El animal se patinó. Y Santiago se cayó. Arriba de él, la yegua.

Era viernes santo.

No sabe bien cuanto tiempo pasó; seguro fue poco. Había perdido la conciencia y le costaba despertarse. De a poco, fue volviendo en sí. Y pensó por un instante que no tenía piernas: no las sentía.

A partir de ese momento, todo pasó muy rápido.
Sus padres volaron por la carretera y llegaron antes que la ambulancia. Y es que a ésta le costó llegar. Porque, al principio, ninguna quería ir. Pero, al final, el vehículo se digno a aparecer – y solo gracias a un amigo de la familia-.

De la ambulancia Santiago fue a parar al CTI, del CTI a la sala de operaciones, de la sala de operaciones a Miami. Y pasaron dos meses y un poco más.
Cuando volvió a Montevideo, casi no se podía mover. Pero el tiempo lo ayudó.
La fuerza de voluntad, auxiliada por la fisioterapia, fue la que lo llevó a caminar. Sus primeros pasos fueron motivo de una rapada generalizada por parte de amigos y hermanos. Era el principio de algo; fue el principio de mucho.

Once años pasaron.

Hoy, Santiago tiene el pelo rubio y bastante corto. Hace casi un año -cuando se recibió de Ingeniero Agrónomo- que lo raparon a cero.
Hoy, administra un campo. Se levanta, se sube a la camioneta, marcha para la estancia y, cuando llega, se sube al caballo. A todos lados lleva su silla de ruedas. Pero, antes de irse para afuera, hace fisioterapia.
En un día normal, Santiago mueve las piernas por unos treinta minutos. Estira, hace pesas y unos cuantos abdominales.

Todo esto sin una vértebra. Con la caída, uno de sus huesos quedó hecho polvo. Pero técnicamente se puede decir que sufrió una “lesión en la médula espinal”.

martes, 6 de abril de 2010

Práctica de clase. Titular, bajada y copete para la autoentrevista de Noelia

Noelia González: “La honestidad es un arma de doble filo”

Para la estudiante de Comunicación, parecido no es lo mismo

Noelia González se aleja de las ambigüedades. Así resalta el contraste entre ser alguien que se sale del esquema y ser una persona famosa; subraya la diferencia entre estudiar y aprender; y distingue claramente entre sus amigas del fin de semana y aquellas en las que puede confiar todos los días. Entre tanta confrontación, aclara que el drama vende, pero que odia a los clichés.

Ella dijo...


Si Noelia González, 20 años, estudiante de Comunicación, lo afirma, tal vez sea por su tendencia tácita hacia el inconformismo. Dice que admira a los “hombres océano”, como Leonardo Da Vinci, y emplea la palabra “multiuso” para algunas personas… ¿Será porque ella misma aspira a serlo? Odia los clichés, pero se quedaría unos días en una isla desierta. Siempre que sea jueves.

lunes, 29 de marzo de 2010

Florencia Bacelo: “Cuando me vine a vivir a Montevideo, mi vida cambió”

¿Sus planes a largo plazo? Viajar, viajar y viajar.

Florencia, de 20 años, estudia periodismo, pero rompe con todos los esquemas del comunicador clásico. Por ejemplo: le fascina ser payaso. Apasionada por cada uno de los proyectos en lo que se ha embarcado a lo largo de los años –clown, hockey, patín-, no puede predecir que va a ser de ella de acá a dos años. Algo alocado, eso seguro.

¿Por qué periodismo?

Entré por periodismo, sí, pero hoy estoy desorientada. En ese momento periodismo porque, como me acuerdo que dije en una de las reuniones para entrar en la universidad, me encantan los documentales. Era lo que más me gustaba del periodismo. Pero ahora me cambió un poco la visión de todo esto.

¿Y qué pensás hoy?

Más que nada destaco la función social tan buena que tiene el periodismo, porque es algo que no tenía tanto en cuenta antes y hoy me interesa mucho. Y eso hizo que hoy me interesara más, y que quiera saber más.
Cuando terminé sexto de liceo me interesaba periodismo, pero hasta ahí. Como soy del interior solo manejaba las “opciones básicas”, por decirlo de alguna manera. Dentro de ese esquema, comunicación fue lo que más me cautivó en ese momento. Tampoco es que me arrepienta.

Siendo del interior, ¿te costó adaptarte?

No. Pero todavía prefiero Maldonado. El olor, sus calles.

¿Pensas volver cuando te recibas?

Es mi idea, pero de acá a dos años… es impredecible. Yo que sé. También me encantaría viajar, esa es una gran tarea pendiente.

¿Te cuesta proyectarte de acá a dos años?

Sí. Me gusta la comunicación, pero siento que quiero seguir aprendiendo. Quiero viajar, conocer. Eso, por ejemplo, es algo que me gusta de Montevideo. Aprendes muchas cosas acá.

Pero alguna aspiración a largo plazo tenés, ¿o no?

Y bueno, sueños siempre hay. Viajar, eso seguro. Formar una familia, porque es la pirámide de la vida, es la base de todo.
Pero bueno, también me pasa que me proyecto con mis seres queridos, pero sé que a la larga algunos no van a estar, entonces me cuesta pensar en eso.

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Florencia es rubia y tiene una mirada penetrante. Alta y atlética, parece apropiarse de su silla sentada tan desestructurada, pero se acomoda de tanto en tanto. Mueve las manos al hablar y va cambiando la inclinación de la cabeza. Tan hiperactiva, no llama la atención cuando enumera la cantidad de actividades en las que ha incursionado.
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Por fuera del periodismo, ¿qué te gusta hacer?

El año pasado hice un taller de clown que me copó.

Para, para: ¿qué es eso?

Ser payaso, aprender a encontrar tu payaso, tu estado payasezco. Es diferente al teatro. Siendo clown, por ejemplo, podés ir a un sanatorio y animar tanto a jóvenes como viejos. No tenés un lugar, una edad, un público definido. Es re aplicable a la vida toda, me encanta. Este año voy a formar parte de una obra, “Mimo versus Clown” se llama. Me encanta, me encantaría seguir.

¿Es tu pasión?

Creo que sí, pero me falta explotarlo. Pero sí, siento que es para mí. Pero te quiero contar que también hago hockey sobre patines desde segundo de liceo, me encanta. Estuve en la selección. De los 4 a los 10 hice patín artístico. Llegué a estar en la preselección, pero dejé porque era desgastante. No me daba el tiempo para ir a los cumpleaños, que bueno, a esa edad es muy importante. Después empecé el hockey, y mi vida era el hockey.
Pero cuando me vine a vivir acá, mi vida cambió. De chica era muy deportista, me sentía triste cuando no podía hacer deportes. Y cuando llegué acá me hice más sedentaria. El ambiente del hockey acá no era el mismo que en Maldonado. Y me enganché con el clown. Y este año tuve que elegir sí o sí entre una cosa u otra, por la obra.

jueves, 25 de marzo de 2010

En el super

Llegué.
En el estacionamiento, una madre carga las compras en la valija del corsa verde mientras su hijo uniformado, un rubio que no alcanza el metro de estatura, intenta abrir la puerta trasera. Le grita algo que tiene que ver con acuarelas y pinceles y las ocho de la mañana, pero él está en su mundo, absorbiendo con fuerza la pajita del jugo de naranja.
Abro la puerta y dejo pasar a una señora que viene saliendo. Va cargada de bolsas, pero logra sacar una mano para agarrar un bizcocho calentito y se lo va comiendo mientras anda.
La cafetería, a la derecha, tiene varias mesas ocupadas, la mayoría por señoras todas vestidas de blanco –enfermeras- que charlan entretenidas entre mate y mate. No hay que olvidarse de los cinco monstruosos hospitales que hay por la vuelta.
Dos pasos más, paso los carritos y canastos, un paso más: la frutería. Hay poca gente: un cliente, que mira con ojo crítico a los tomates, y un chico del Disco, que aprovecha la tranquilidad para pesar los limones.
Paso por debajo de la pérgola de huevos de pascua y de repente siento un poco de frío; ya estoy en los congelados. Mi música de fondo: el ruido de la máquina mientras corta el fiambre mezclado con el sonido molesto que hacen tantas heladeras juntas. Mientras los ojos se me van al salchichón de chocolate, me invade el olor a comida para perros.
Y llego a la carnicería, donde sobrevuelan algunas moscas. El muslo corto de ternera está de oferta, a solo 62 con 90. Paso por una góndola y está vacía. Y otra.
En la tercera me encuentro con un señor muy concentrado eligiendo su futuro cepillo de dientes cuando empieza a sonar Música ligera de Soda Stereo en versión karaoke.
Siguiente góndola y solo hay una encargada abasteciendo la sección de ferretería. En la de enfrente, otra señora está comprometida con su tarea de reponer galletitas Oreo.
En el fondo, una doña mira con recelo las “Especialidades del mar”. Frunce el ceño y aprieta los labios. Se va, nada logró convencerla. A su derecha, una señora saca número en “Quesos y fiambres”. No hay nadie más para ser atendido, pero tiene que esperar igual. Vaya a saber uno por qué.
Llego al otro extremo del supermercado. En las heladeras que exponen las leches y embutidos hay una señora que lee detenidamente los dorsos de tres yogures diferentes antes de decidirse por uno. Todos dietéticos, todos de durazno, todos iguales.
Me voy acercando a la salida.
Bip. Rollo de papel higiénico. Bip. Botella de agua. Bip. Pasta de dientes. Bip. Solo dos cajas –de las ocho que hay- están habilitadas y hay dos o tres personas esperando en cada una.
Ya yéndome me topo con una carpa armada en medio de la salida/entrada. Arriba, un cartel enorme en el que se puede leer un colorido “Vacaciones al aire libre”. Y al costado, una abastecida sección anti-mosquitos. Raid, espirales, Off.

lunes, 22 de marzo de 2010

Novena entre diez hermanos, me horroriza sentirme sola

¿Como me veo en 10 años? “Casada, con bastantes hijos, trabajando y, por qué no, estudiando”

Estar acostumbrada a los eventos multitudinarios y al ruido hasta en el lunes más rutinario, son solo parte de las características propias de pertenecer a una familia numerosa. Capaz que en ese contexto no llame tanto la atención el rasgo que mejor me describe: el estrés. Siempre ansiosa, mantengo con mi agenda una enfermiza relación de amor-odio. Así y todo, con 20 años curso el tercer año de periodismo en la Universidad de Montevideo. Mi nombre: Francisca Otegui.

Te animás a definirte… ¿?
Uhh… (Se ríe con la mirada, está claro que no va a decir nada más.)

A ver… ¿el nombre de una persona con la que te sientas identificada?
Mi mamá. Sí, ya sé, a ti no te dice mucho. Pero no se me ocurre un ejemplo mejor. Tiene 54 años y sigue estudiando, literalmente. Cursa una materia por semestre hace cinco años y le faltan otros cinco más para alcanzar el título. “Licenciada en letras”, imponente. Pero capaz que eso tampoco te dice demasiado. A ver: es madre de 10 hijos, y siete son mujeres; piadosa como mi abuela -y eso es decir mucho-; dedicada a su marido y a su casa como si hubiera vuelto ayer de su luna de miel.

Pero ahora que me doy cuenta, no te contesté la pregunta, ¿o sí?

Nos reímos juntas; también está claro que eso es lo más cerca que voy a estar de una respuesta.

Tenés razón, mal yo. Capaz es mejor empezar por algo más liviano. Algo como: ¿a qué le tenés miedo?
¡Ay, a tantas cosas! A todo tipo de insecto, ba, a todos los animales; a las alturas; a la oscuridad…

Bueno, sí, muy bien, pero la pregunta no iba por ahí…
Ya sé, ya sé (logra decir entre risas).
Bueno, también a muchas cosas. No a la muerte. Eso seguro. Capaz que mi primer miedo sería a la soledad. No tanto a estar sola, sino a sentirme sola. Aunque no sé. Porque si lo pienso un poco más en profundidad, se me ocurren otras cosas. Por ejemplo, tengo terror a decepcionar a la gente que me quiere, que espera algo de mí. Tiene mucho que ver con que soy muy crítica conmigo.

¿Cuál es tu principal defecto?
El estrés. La ansiedad. Llamalo como vos quieras. Más que nada porque hace que sea insoportable convivir conmigo y mis preocupaciones por mucho tiempo. Por eso odio, pero en serio, ser tan estresada. Y, como te dije, ser tan auto-crítica; porque no me deja disfrutar más de las cosas. Podría seguir, pero me parece que te vas haciendo una idea.

¿Y virtud?
Para mí, que me guste ver lo bueno en la gente. Me hace pecar a veces de ingenua, sí. Pero lo prefiero así.

¿Qué te gusta hacer cuando estás de buen humor?
¡Esa sí es una buena pregunta! ¿Cuándo estoy de buen humor? Mirá, es importante que entiendas que para mí estar de buen humor es sinónimo de no tener presiones, nada pendiente en la agenda, ninguna preocupación. Y, bueno, sí, en ese contexto, hago cualquier cosa y la disfruto al máximo. Desde salir a bailar toda la noche a quedarme en casa leyendo cualquier cosa.

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Estoy sentada en el cuarto de mi casa que hace las veces de escritorio, laptop en mano. Sola, empiezo a dialogar conmigo misma y llego a algunas conclusiones sorprendentes, y a otras no tanto. En esta conversación insólita y surreal me – ¿o nos?- rige una sola consigna: no vale mentir.

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¿De qué te arrepentís?
Me mira callada por unos segundos, pensativa.
No sé. A ver: no te puedo decir que de nada, porque sería una mentira tremenda. Pero si pienso en mis “malas decisiones”, no sé, no todo lo que salió de ahí ha sido malo.

Capaz que mi mejor respuesta sería que me arrepiento de las oportunidades que no supe aprovechar.

Para terminar, una clásica: ¿cómo te ves en 10 años?
Casada, con bastantes hijos, trabajando y, por qué no, estudiando.

lunes, 15 de marzo de 2010

Cómo encarar la superpoblación de los liceos

El problema de la superpoblación de los liceos afecta tanto a alumnos –y, por consiguiente, a sus familias- como a profesores.
Hoy todos se manifiestan en función de validar sus derechos. Sin embargo, la pregunta que queda latente es la siguiente:
¿Qué alcance real tienen sus reclamos?
La demanda actual de la Federación Nacional de Profesores de Enseñanza Secundaria del Uruguay (Fenapes) es la construcción de 50 edificios nuevos para impartir clases.
¿En que medida se tienen en cuenta estas exigencias –junto con los demás pedidos del organismo-?
Pero no como una cuestión de adhesiones y promesas, sino de hechos. Cuantificables, medibles, visibles.
¿Y quién puede contestar esto?
Primero, el responsable del gremio y sus demás integrantes.
Le siguen los documentos que evidencian el accionar del gobierno en esta materia.
Por último, la voz del Estado en dicha área: el consejero de Secundaria.
Y en este orden hilaría al reportaje.
Para el inicio: la descripción de un episodio puntual que refleje la impotencia del gremio en lo que refiere a la obtención de resultados. Junto con otras intervenciones que ayuden a ilustrar el estado de la situación.
De ahí a los hechos. Lo que se ha logrado y lo que no, de forma objetiva.
Para culminar, la defensa del acusado. Los porqués del gobierno, su perspectiva.