jueves, 4 de octubre de 2012

martes, 2 de octubre de 2012

viernes, 15 de junio de 2012

Hombre y mujer los creo

En este mundo, la mujer tiene, a grandes rasgos, dos opciones. O es sometida –o se introduce de forma muy voluntaria, lo mismo da, problema de cada una- a “rellenar” un rol social, forzada a darle de comer a manicuras, pedicuras, cosmetólogas, esteticistas, peluqueras, y un etcétera largo, donde la nutricionista siempre tendrá un lugar privilegiado, y todo para encajar en un molde muy estrecho -hecho quién sabe cómo y según qué intereses-, que la deje a una tranquila de que es eso, mujer.

O se rebela. Y entonces no se quiere casar, ni piensa en tener hijos, se aterra al escuchar la frase “ama de casa”, y para la que todo lo que tenga algo que ver con el cuidado personal, e incluso a veces con la higiene, tiene gusto a frívolo, superficial y egoísta. Las más radicales hablan hasta de esclavitud.

Estereotipos, estereotipos. En el medio hay poco margen para la mujer “común”, término que, a su vez, ha perdido su valor, como parte de un fenómeno que no me animo a explicar mejor que Dylan Thomas: “Lo que resulta interesante es el modo en que ciertas palabras pierden bien su significado, bien su bondad. Por ejemplo, la palabra ‘honor’. Una palabra digna de héroes. En realidad es una palabra más digna de Nerón. [Porque] las emplean con asiduidad las personas que no deben”. Y es que lo ‘común’, que de acuerdo a la tercera acepción del diccionario de la Real Academia Española es lo ordinario, vulgar, frecuente y muy sabido, es, y espero quede justificada la redundancia, cada vez menos ordinario, vulgar, frecuente, y ni que hablar de sabido.

Sea como fuere, debería, al menos por justicia con las que suelen quedarse calladas, existir un tercer modelo, en el que no entren ni las adictas a las compras ni las progresistas sin depilar, destinado para las que les gusta verse bien para los demás, para su marido y, por qué no, para ellas misma. Y que no sienten que nada de eso amenace su intelectualidad, su sensibilidad o su mismísima categoría de ser humano.

No me considero feminista. Bastante lo contrario. O sea, soy machista. No porque pretenda que me abran la puerta a ningún lugar, me regalen flores sin motivos evidentes o porque me guste, de tanto en tanto, pintarme los labios. No. Soy machista porque creo que el hombre de familia nunca va a poder ocupar el lugar de la madre -empezando en la concepción, pasando por el parto y la lactancia y terminando quién sabe en dónde-, y porque pienso que la mujer, como el hombre, sí tiene un lugar que ocupar en el mundo.

Por lo que se debería abogar, entonces, es por la igualdad de oportunidades. Porque sí, las diferencias femenino-masculino son biológicas, y poco se puede hacer para cambiarlas de forma que trascienda, pero, ojo, que esto no quiere decir que sean un accidente. “Hombre y mujer los creo”, dice la Biblia. Habrá que hacerle caso.

viernes, 8 de junio de 2012

Historia de un militante joven

Corría el año 2005. Era el cierre de la campaña municipal de Pedro –Bordaberry, pero el apellido lo agrego por un tecnicismo, porque ni él lo dijo ni yo tuve la necesidad de preguntárselo- y Leonardo Alonso tiraba fuegos artificiales desde el camión que recorría Montevideo desde la Av. Arocena hasta el Centro, donde estaba el local del Partido Colorado. Leo –debería decir Leonardo, pero así no lo conocen todos, él es Leo- se acuerda de la gente, de la adrenalina y de la lluvia, “tremenda lluvia”, dice nostálgico del que fuera el primero de muchos cierres de campaña. Así, “de a poquito, de a poquito”, fue la entrada de Alonso a la arena política.

Dos años más tarde, el 2007 lo encontró inmerso en el revuelo de las primeras elecciones juveniles del partido, cuando el entusiasmo y las ideas comunes unieron al estudiante de Derecho con Nicolás Brause, Lucio Terra y varios jóvenes más que se animaron a conformar la colorada Lista 30. El mismo año se consagraba la agrupación Vamos Uruguay, emblema de Bordaberry y su renovación joven, y la militancia de Alonso iba in crescendo, como acompañando a las circunstancias. Para las presidenciales de 2009, “la 30” se convirtió en 1030 y, con esfuerzo, la agrupación juvenil obtuvo un diputado, el treintañero Juan Manuel Garino. En el 2010 el apoyo fue para Ney Castillo, quien con su lema “Hey, votalo a Ney” quiso ser electo intendente capitalino, puesto que terminó conquistando la comunista Ana Olivera.

Tanto en una contienda como en la otra, Florencia Piquet, novia de Leo desde mayo de 2006, lo recuerda muy activo. “Le encanta todo lo que sea pintar muros, hacer pancartas, hacer timbrazos, actos, caravanas, hacer banderas, hacer remeras, las reuniones y charlas con los asesores de Pedro, con los asesores de Ney”, y Piquet, casi obligada a recuperar el aliento, sigue enumerando, “charlas con gente de diferentes partidos, de diferentes barrios, de diferentes departamentos. Porque a Pedro”, refuerza la joven, “lo sigue a donde vaya”. En esas épocas, termina Florencia, “Leo no se pierde una. Está metido en la campaña al 100 % y cómo la disfruta. Aunque termine agotado…”.

Castillo le cede el micrófono a Alonso en plena campaña por las elecciones municipales de 2010.

Pero de izquierdas y derechas, nada. “No, no. A mí me gustan las personas. No soy tan ideológico”. Tampoco nada de tradiciones familiares. Incluso cuando toda su parentela de parte de madre es blanca. “Todos, todos”. Con un bisabuelo diputado por el Partido Nacional y un tátara abuelo que peleó con Aparicio Saravia –con sus restos en el panteón familiar como constancia-, hay mucha tradición. Pero Leo se la salteó. Tampoco es que se sienta tan diferente a cualquier militante blanco de su edad. De hecho, tiene un buen amigo tras líneas enemigas. Augusto Dell‘ Ava, compañero en la facultad de Derecho de la Universidad de Montevideo y concejal blanco por el CCZ 5 (Punta Carretas), asegura que siempre hacen rancho aparte en los asados de la clase, y pasan horas hablando de política. Están de acuerdo en todo: “Si somos primos hermanos ideológicos”.

¿Por qué colorado, entonces? En el polémico gobierno de Jorge Batlle, Leo casi seguía siendo un chiquilín. Pero el bichito de la política ya le picaba por todos lados. Alumno de The British Schools, muchos de sus amigos tenían padres políticos: “Carli” era el hijo de Carlos Ramela –secretario del entonces presidente-;  Andrés, de José Amorim –ministro de Educación y Cultura en 2004- y “Bondi” (Agustín) era el segundo de los tres hijos del mismísimo Pedro Bordaberry –ministro de Turismo por aquellos días-. Leo los veía, y le gustaba lo que hacían, y se identificó con ellos, y ta. No le dio más vueltas.

Con un entorno tan politizado parecería que no hay tiempo para otra cosa que, valga la redundancia, la política. Pero sí: hay un Leo más allá del militante. Y a ese le gusta la pesca, el campo, la playa, los asados con amigos y el fútbol 5. También, o al menos así se puede leer en su perfil de Twitter, jugar al tejo. Y sí, Twitter. Porque la suya es una militancia muy 2.0. “Sinceramente, no me gusta discutir personalmente. Prefiero evitar las discusiones. Capaz que por escrito me engancho más. Capaz que me siento más confiado escribiendo que hablando”, alega el propietario de una activísima cuenta en la red social del pajarito. El miércoles se podía leer en su tuit número 861: “Como decía Winston Churchill, una democracia es como una cometa, se eleva más alto cuando hay más viento en contra...”.

Pero no solo de política vive el hombre, tampoco en el mundo digital. Así, Leo asegura que no emplea su cuenta solo para hacer activismo político, también la usa para hablar con sus amigos – tuit número 841: “¿¿Salió jugar un horcado??”. Imagen: un ‘amigo’ siendo evidentemente sofocado por su propia bufanda- o para compartir observaciones vitales -tuit número 832: “Tirale un gato... Le arruinas el día…”. Imagen: un paseador de perros rodeado por aproximadamente 17 canes-. Lejos, muy lejos, de los casetes políticos. Porque, después de todo, argumenta: “la política es tan amplia, es la forma de pensar y de ser, que hasta me parece bueno que un político haga estas cosas, porque te muestran como es el loco”.

En esa línea, de escribir más que hablar, Leo creó este 23 de mayo el grupo de Facebook “Uruguayos X + Seguridad”. Con 2.440 miembros más y un alto nivel de participación, el grupo organiza marchas y manifestaciones y sirve de plataforma para debates o meros actos de catarsis colectiva. “La situación se fue de las manos, así no se puede seguir” es lo primero que se lee en la sección de información de la página.

La (falta de) seguridad es una de sus banderas políticas más fuertes. También las deficiencias de la Intendencia de Montevideo –entre ellas la organización del tránsito- o incluso la salud pública; pero la inseguridad, como dice la novia, “le toca de cerca”.

El 30 de octubre de 2011 entraron ladrones a la casa de la familia Alonso Bauer en Carrasco. Los delincuentes se encontraron con Leo y su padre adentro y los maniataron, golpearon y robaron. Tras el violento copamiento, el ambiente del hogar se volvió aún más tenso –la sensación de inseguridad ya se sentía en el barrio y continúa hasta hoy-. No había pasado un mes cuando, en la madrugada del 29 de noviembre, los Alonso se despertaron sintiendo otra vez ruidos en las afueras de su casa. El padre bajó armado y salió al patio, queriendo ver qué sucedía, pero no encontró nada. Escuchó un grito de su esposa y volvió a entrar a la casa donde, totalmente a oscuras, percibió una sombra que se movía y disparó. Cuando encendió la luz se encontró con el cuerpo, ya sin vida, de su hija de 24 años Federica.

Dos días después se llevaba a cabo la marcha por más seguridad organizada por Leo, junto a algunos compañeros del partido, tras el copamiento que había sufrido en octubre. Sobre esos días, Florencia recuerda como “Leo tuvo la fuerza de pararse ante 4 mil personas y dar un discurso. A mí se me caían las lágrimas y tenía una piel de gallina ‘insacable’. Después Leo me dijo que la fuerza no supo de dónde la sacó, se la dio Fede”.

El juez del caso indicó, nueve días después, que el padre había actuado en legítima defensa y "con el convencimiento que su vida y la de su familia se hallaban en peligro". El mismo día se archivó la investigación.

Hoy, como antes, a Leo lo motiva ver que nada cambió, “que [en materia de seguridad] no está pasando nada”. Hoy, como un ciudadano más, solo quiere velar por sus derechos, reclamarlos. Hoy, solo pide qué se pueda vivir mejor.

Leo y Florencia en las elecciones juveniles del Partido Colorado de noviembre 2010.

Leo no es alto ni bajo, flaco, suele ir por la vida con una barba de unos días y el pelo un poco más largo de lo que le gustaría a un padre. Es un “loco medio tímido”, en sus palabras, y sus gestos dicen bastante lo mismo -se mira las manos durante toda la conversación-. Habla pausado, tranquilo y –sí, esta observación es bastante subjetiva- con denotada paz. Es un tipo que sabe lo que quiere: “trabajaré de lo que me haga más feliz [independientemente de los cinco años que le ha dedicado al estudio del Derecho] y pueda mantener una familia”. En diez años Leo quiere estar “casado, con trabajo, y con hijos”. En la política, el tiempo dirá. Hoy tiene 23 años.  

viernes, 1 de junio de 2012

Caleidoscopio

Lorca (Federico García); diarios de La Habana -o cómo sobrellevar las penurias del quinto mundo con algo de estilo-; asuntos reales -o la vida y obra del rey Juan Carlos I-; el dictador, casi por antonomasia, con ustedes, el general Augusto Pinochet; Gabriel García Márquez, ¿el poderoso?; un perfil psiquiátrico del revolucionario bolivariano más famoso –que nunca va a ser otro que Hugo Chávez-; más y más Castro…

Creo que se puede apreciar un patrón. Pero lo más particular de Jon Lee Anderson no son tanto sus temas -ni destinos-, sino su “categoría” de estadounidense. Y el hecho de que, originalmente, todas estas publicaciones fueran en inglés. Y se desparramaran por las páginas de LA revista gringa, The New Yorker.

Ta. 

No hace tanto estuve viviendo en España por –y esta definición es cuestionable- un tiempo considerable: cuatro meses. Entre que la adaptación costó más de lo estimado y mi mejor amiga terminó siendo, para sorpresa de pocos, salvo quizá, la mía propia, una panameña imponente, hoy puedo sintetizar la estadía como una de poca interacción con los antepasados y bastante reflexión sobre el paisito.
  
"¡No estamos taaan mal!", fue una de las primeras conclusiones que verbalicé en presencia de otra compatriota perdida. Ella asintió. Y, tomando un café, que ella pagó, bajo el compromiso de que yo me encargaba de la revancha -costumbre española, según tengo entendido, que nunca practiqué demasiado, tal vez de ahí mi falta de amigos locales, nunca lo sabré- sentenció: "Es que hay que irse para afuera para poder verlo bien [a él, al paisito]".

"Fa, de nuevo la rueda", pensará mi lector irónico. Muy atinado, debo agregar. Pero, le recuerdo, para generar impacto, el timing lo es todo. Más todavía -por lo menos en este caso- el espacio geográfico. Y quizá por todo esto no sorprenda tanto considerar que tal vez sean los de afuera los que nos tengan que decir cómo son las cosas acá adentro. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Motivos para necesitar un seudónimo

The New Yorker dijo ya hace unos años que, aunque muchos ni se dieran cuenta, Dylan Thomas era el padre de todos los Dylan estadounidenses. Bueno, no el padre, pero la raíz de su nombre. El poeta galés, nacido en 1914, conocido por su genialidad y, a causa de ésta -como les gusta pensar a los pensadores sobre los pensadores-, su rebeldía y su condición de alcohólico, fue, o así se cree, la razón detrás de Bob Dylan. Robert Zimmerman, como lo bautizaron sus padres, habría sentido especial devoción por las obras del también cuentista y dramaturgo y de ahí su cambio de nombre. Dicen.

Según el artículo, fue gracias al afamado compositor, y al personaje célebre de la “noventosa” serie Beverly Hills 90201, que el apelativo se propagó como reguero de pólvora en los últimos años del siglo XX.

Fuera como fuese, Estados Unidos pasó de no contar casi con ni un Dylan en todos sus muchos kilómetros a la redonda a que, para el 2004, el alias se adueñara del segundo puesto en las listas de los nombres más comunes –sí, existen tales índices-, detrás del inamovible James.

Dylan, el de la isla británica, pasó a la historia por títulos como And Death Shall Have No Dominion, Before I knocked y The Force That Through the Green Fuse Drives the Flower (que en español serían algo así como “Y la muerte no tendrá señorío”, “Antes de que toque” y “La fuerza que por el verde tallo impulsa la flor”). Pero es una frase suya, dicha en entrevista con Harvey Breit para The New York Times Book Review en 1952, la que motiva esta columna.

Las opiniones son el resultado de una discusión con uno mismo y dado que la mayoría de la gente no es capaz de discutir con nadie, y menos aún consigo misma, las opiniones son un horror.

Thomas murió al año, víctima de sus excesos. Y hasta el momento no he encontrado una sentencia que defina mejor lo que compone una opinión.

Su casi compatriota, William Shakespeare, era en el siglo XVI un poco menos agresivo y un poco más cauto:

Presta el oído a todos, y a pocos la voz. Oye las censuras de los demás; pero reserva tu propia opinión. 

Pero poco de cómo formular un pensamiento articulado que explique alguna cosa cuestionable. Ahora, ¿valen o no valen? Esa es la cuestión.

Solo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, sin duda por eso mismo las opiniones imparciales carecen de valor. 
Oscar Wilde

viernes, 11 de mayo de 2012

Puertas

Tengo que confesar que las entrevistas me generan sentimientos muy encontrados. Aproximarse a un otro totalmente diferente, entendiendo este acercamiento como un acto casi psicológico, me parece apasionante. -Poder vivir de eso, casi increíble, por no decir imposible, pero, por favor, dígale “no” al pesimismo antes de siquiera arrancar-.

Ahora, aproximarse a un otro totalmente diferente, que no tiene idea qué esperar de uno ni uno de él, en un acto tan íntimo como lejano, también me espanta. A veces, hasta las lágrimas.

Dicho esto, esta es la historia de una gran historia: la de Tama Ríos. Ella, cantante y afrodescendiente, de una personalidad tan atractiva como intimidante, no mira a los periodistas con buenos ojos. Tampoco con malos, pero al principio es una persona, digamos, desconfiada. No es para menos.

Dueña de una vida fascinante, llena de idas y vueltas, las imágenes que han proyectado los medios de Ríos le desagradan más veces de las que le gustaría. Ex inquilina del hoy extinto conventillo Medio Mundo, el pecho de Tama se hincha de orgullo cuando le preguntan por su infancia, pero no siempre la lectura que hace un reportero de esa pasión la termina convenciendo.

En mi defensa, cuando se nace quince años después de los hechos consumados -el edificio fue desalojado el 3 de diciembre de 1973-, la insensibilidad del periodista no se justifica, pero, por lo menos, puede ser un poco más "entendible".

Con todo, la conversación que mantuvimos por teléfono, sin conocernos de nada, fue más o menos así:

-Hola, sí, ¿hablo con Tama Ríos?
-Sí, soy yo -con voz de lo que no parecía ser un buen día-¡quién es?
-Ah, hola. Sí, bueno, mi nombre es Francisca y soy estudiante de Periodismo. Me dio tu número Ivonne Quegles, la concejal del barrio.
-¡Ivonne? -me contestó una recelosa Ríos.
-Sí, Ivonne -ya un poco más tímida- Bueno, estamos haciendo un trabajo sobre el Medio Mundo y nos gustaría hablar con usted si le...
-¡Vos quién me dijiste que eras?  

Y de ahí, solo barranca abajo. “¿Que quién sos tú para hablar del Medio Mundo? ¡Que es mi vida! ¡Que la importancia del respeto! ¡Que hoy nadie sabe lo que pasó ahí adentro!”. Mientras, desde el otro lado del tubo, Tama recibía solo balbuceos. Pero la entrevista terminó teniendo fecha y hora, y a mí el agua en los ojos no me dejaba anotar...

Poco sabía entonces de todas las fibras que podía tocar una vieja casona en las almas de muchos. Hoy, doy gracias por la gente que, a pesar de todo, sigue abriendo la puerta de su vida.



Conocé más de la historia de Tama aquí.

viernes, 4 de mayo de 2012

No siempre la plata hace bailar al mono

Se llamaba María del Huerto y me enseñó a amar la literatura. Madre de todos sus alumnos, no faltaba a una actividad extracurricular. Y le encantaba contar anécdotas. Así conocí toda la historia de amor con su marido, a quien describía como "un narigón, pero de los buenmozos", en una crónica no poco cautivadora en un colegio donde solo se educaba a mujeres.

Pero su mejor cuento era otro.

María daba clases también en un segundo instituto, éste sí mixto, y solía liderar todas las salidas de los grupos. En este caso, el campamento era cerca de la playa y entre los alumnos había un chico ciego. En los tiempos libres, los niños corrían hasta la orilla y María acompañaba al jovencito que no podía ver por dónde iba. Una niña solía ir con ellos.

Una vuelta, los chicos que jugaban con el mar se alborotaban por algo que veían a la distancia y los tres rezagados intentaban descifrar a qué se debía tanto bochinche. Ya más cerca del resto del grupo, María exclamó: “¡Es un bote!”.

- ¿Y qué es un bote?, preguntó con naturalidad el ciego.

María se quedó muda. “Me sigo acordando de todas las cosas que pensé en contestarle”, nos decía entonces a nosotras, “Primero: ‘un objeto que flota en el agua. Pero, ¿qué es flotar para alguien que no puede ver? ¿Cómo explicarle la inmensidad del mar? ¿Qué decirle de las distancias?’ Y seguía…”.

“Mirá, poné tus manos así”, contestaba entretanto la pequeña, mientras tomaba sin permiso los dedos del chiquilín y los arqueaba en forma de lo que, para la sorpresa de la maestra, asemejaba a un barco.

- Esto es un bote, terminó la niña.

Era el final de la historia y María lloraba en mi salón de clase.

Creo que sigue siendo una apasionada de su profesión. Con el tiempo me enteré que, en su oficio, el dinero nunca sirvió de gran motivación.

domingo, 29 de abril de 2012

Valor agregado

Soy nueva en esto y no sé -todavía- cómo voy a encarar el tema de las marcas. ¿Las nombro, no las nombro? Esa es la cuestión. Si sí, ¿lo hago por amor al arte o les paso factura?; si no, ¿las describo más o menos de forma tal que mi público (¿?) las pueda identificar o las dejo inmersas en semejante nebulosa que lo mismo me puedo estar refiriendo a una crema humectante de cara que a una cera para pisos de madera?

Claro que hay más factores a tener en cuenta; capaz hasta corro el riesgo de que no se me entienda. Por ejemplo, si digo: toallitas femeninas, ¿Cuántos van a saber que estoy hablando de las Siempre Libre? Y de ahí, solo para adelante: ¿Qué es el Royal si no es Royal? -Sí, señora, es polvo de hornear-. O, ¿el Agua Jane tiene otro nombre? ¿Y qué hay de las Gillettes? ¡Eh?

Es cierto que meterse con las marcas puede ser delicado. Es por esto que, para el caso que se presenta a continuación, se aclara que la columna se refiere a la bebida cola que primero venga a su cabeza, cualquiera ésta sea, porque las características que interesan son comunes a todas ellas. Por favor, siéntase libre y disfrute de la independencia de la que -por ahora- goza este artículo.

Entonces estábamos hablando de los refrescos y de lo irritante que es pagar precios infinitamente distintos por el mismo líquido negruzco made in USA. Que el producto, siempre idéntico -alabada sea nuestra estructura de trabajo posmoderna-, me salga hasta tres veces más en el peor bar de la esquina -porque la experiencia de estar ahí sí que me agrega valor- es, cuando menos, insólito.

Y esa inexistente relación calidad-precio -insisto, si me están cobrando por "la experiencia", el bolichongo debería, por lo menos, jugársela con un show en vivo, algún grupo tipo Calipso o Karibe con K andaría bien en este lugar, reservémonos a los 17 veces retirados Olimareños para el Conrad- se puede extrapolar a cualquier tipo de restorán o chiringo que dé de comer a las élites o masas. Así, no llama la atención cuando un refinado caballero ordena un cangrejo en el más sofisticado hotel-boutique de José Ignacio y el diálogo se continúa así:

- ¿Y para tomar?
- Un vasito de agua de la canilla nomás.

Hembras deportivas

Soy mujer, eso está clarísimo. Y no tengo nada contra el género, eso lo aclaro. Tampoco contra el opuesto, no vaya a marcar diferencias; y agrego, aunque no viene al caso, que tengo varios ídolos hombres -entre ellos no está el gordo de la Colombes, pero esa es otra historia-.

La cuestión es que todo esto nada tiene que ver con que unas usen vestidos cortos y escotes y los otros se dejen la barba, aunque los límites estén cada día más difusos -asumo el riesgo de ser tachada de feminista o de machista, dependiendo del lector, por hacer referencia a estos estereotipos anacrónicos-. De esto, nada.

Tampoco interesa resolver la disputa milenaria que intenta responder a "la pregunta": ¿Quién sabe más de "fobal", chicas o chicos?. La solución, por más fascinante que fuera, no cambiaría ni un ápice de la situación que nos concierne: la necesidad artificial de los productores de programas deportivos argentinos de colocar a una señorita en sus, de lo contrario, tan varoniles paneles.

No quiero agredir a la producción de la vecina orilla solo porque es gratis, pero tampoco es mi culpa que tengan un periodístico deportivo por habitante. Como autocrítica, no soy asidua consumidora de la TV nacional como para emitir un juicio. En fin, que las minis y las cabezas rubias están más presentes en Fox y en ESPN hoy que la propia pelota.

Y eso está muy bien. ¡Aguante la apertura del mercado laboral para las mujeres! También en la televisión y, porque no, también en el deporte. Ahora, tampoco es cuestión de llenar un vacío anatómico a toda costa.

El objetivo del productor es evidente: tres horas de programa más un amplio público masculino es igual a la necesidad de unas piernas largas y depiladas para mantener vivo el interés. Y, mientras que el gremio de las panelistas siga eligiendo representantes que solo hablen del diseño de las camisetas, la lógica del calendario de taller mecánico va seguir vigente.

viernes, 20 de abril de 2012

Martes*

Parece que el negocio de las tarjetas de crédito ahora está en esta cuestión de los descuentos en las tiendas de ropa. Entre las mujeres que gustan de sacarles jugo -“pero con mesura”, aseguran-, mucho se ha dicho sobre cómo funcionan estas transacciones, quién gana qué y cómo, o si somos todas víctimas de una manipulación publicitaria y, como “víctimas”, terminamos gastando el doble. No interesa. La verdad de la galletita es que “el” día está marcado en la agenda y ni una horda de titanes puede frenar a la determinación femenina -si Ud. vive en Uruguay y se codea con cierta sociedad, ya sabe que “el” día es el martes. Si no lo sabía, considérese mejor persona-.

Yo fui al shopping porque –coloque aquí una excusa poco creativa y hasta inverosímil- y me pasó algo, digamos, “diferente”. Es preciso precisar ahora que, en un país con un mercado tan chico como el nuestro y donde nos tienen acostumbrados a cosas verdaderamente insólitas –solo en Montevideo nos tragamos el verso de que nuestra tierra, de la de todo el universo, no está apta para la construcción de un tren subterráneo-, algunos precios del negocio de la indumentaria femenina responden, de forma literal, a criterios de otro planeta.

Así, algunos martes pasan a ser el día de “la” inversión. “El” pantalón, “la” camisa, “el” vestido, “las” botas… Como sea, se gasta plata. Pero hay billetes y billetes. Ba, en este caso, límites de crédito y límites de crédito.

Estando en la fila de una de estas tiendas que tienen esos precios que de otra forma no tengo forma de desembolsar, en este caso para pagar por “la” pollera, no pude evitar mirar la boleta de la clienta que me precedía.

Total de artículos a pagar: 8 (ocho).
Total de artículos reservados para el martes que viene: 3 (tres)
Total a pagar: más de $20.000 (pesos veinte mil)

Sigo haciendo el cálculo de cuánto se le descontó (el 25 %); y de cuántas horas tendría que escribir para cobrar algo así.

*Los datos de esta columna son totalmente subjetivos. Deles el valor que se merecen.

Sobre el amplio mundo de las telarañas (o WWW)

A veces, no tener internet es lo mejor que te puede pasar. Incluso ese día que tenés que transferir 17 balances y 29 reportes. Ese día que es de vida o muerte entregar la versión final de la versión final después de tres o cuatro prórrogas. También ahí.

Ahh, internet… la conciencia gigante. Se nos llevó las excusas y, con ellas, la creatividad. En su lugar, nos pasó por arriba un alud de nuevos términos -que no te cansas de agregar al corrector del Word- o de viejos, con extrañas significaciones -donde “conectarse” ya no se refiere a cosas, menos aún a personas, sino que el objeto de la conexión es, para la media, el aire porque, ¿qué es en realidad internet?-.

En los salones de clase se acabaron los “no encontré esa definición por ningún lado” –¿no me digas que seguís teniendo un diccionario? Que tierno-; “pero en clase Ud. dijo…” –¡si en la web todo queda peor que tallado en piedra!- y el gran “que la ardilla de la tía del vecino…” –ya está, se terminó la infancia como la conocimos todos los demás-.

Ahora ni nos sirve cuando no está. Porque, cuando apagas la PC, si es que sos de darle al “off”, siempre hay quienes aseguran que lo mejor es tenerla prendida in eternum, que hasta consume menos energía, porque lo que mata es prenderla y apagarla, prenderla y apagarla, y otra vez –siempre quise corroborar este dato con algún experto en ingeniería eléctrica o, por lo menos, con alguien que pagué la tarifa de UTE-. En fin, cuando se extingue el ruido del procesador del año 20’ de la computadora que tu madre insiste en formatear porque un técnico del Gallito Luis le dijo: “Esta es la tecnología que usa Bill Gates”, y después le cobró el arreglo más caro que lo que cuesta una flamante Ipad 105. Es ahí cuando te empieza aturdir otra voz. Habla bajito, pero está -¿quizá estuvo todo el tiempo? Nunca lo sabremos, el bullicio del procesador adormece los sentidos, hasta la memoria-. Te dice cosas extrañas, como que no todo se soluciona con un "email", un "inbox" o un "direct message". Capaz, te sugiere, lo mejor es que levantes el tubo -del teléfono, esa caja con números que cuando la agarras del mango hace bip, bip, bip- y escuches a alguien más. O que vayas a verlo, insiste.

Ojalá le hagas caso.

viernes, 13 de abril de 2012

Solo un juego

Los montevideanos se dividen en tres categorías: manyas, bolsos y el resto. Aurinegros, amos de la bandera más grande del mundo, dueños de la Ámsterdam, los primeros; tricolores, integrantes del cuadro que “lo hace grande su gente”, señores de la Colombes, los segundos. Como parias, tímidos desde las gradas, se amontonan catorce clubes más.

Suena feo, sí. Y parece discriminatorio, también. Pero es así, y las cosas no siempre son como uno quiere. Por ejemplo, quien lee estas líneas se puede preguntar qué hace una mujer, que poco sabe de la materia, disertando cual experta. Nota al lector: no solo me pasa que, cuando tengo que catalogar al montevideano promedio a un extranjero, no puedo no hablar de fútbol, sino también, como observadora obligada, tengo que admitir que esa pasión, tan excitante como desmedida, me cautiva.

Ahora, esto de separar tan así a los conciudadanos por su afición a un deporte no es idea mía. Ya lo hacía Enric González en sus Historias de Nueva York. Con la diferencia que el periodista español hablaba de la Gran Manzana, donde el deporte que fragmenta a la ciudad es el particular béisbol, porque a los gringos no les corre mucha sangre por las venas cuando de mirar a veintidós hombres corriendo detrás de una pelota se trata.

El caso del montevideano, como buen uruguayo, es muy diferente. Capaz de morir de un entusiasmo exagerado, el amante del fútbol cae muchas veces en el terreno de lo irracional. En un tribunal montevideano, por ejemplo, no sorprendería que un hijo alegue, como motivo para emanciparse, “diferencias irreconciliables”, de equipos de los amores, claro.

Es que la lógica tiene poco cabida en una cancha llena. Ahora, sobre canchas...

Tengo que admitir que soy de Nacional. En realidad, me pesa un poco decirlo, porque no sudo mucho la camiseta. Y eso que lo intenté. Visité bastante el Gran Parque Central, pero ni mis paseos por La Blanqueada despertaron esa pasión enardecida que -con envidia- miro de afuera como comparten tantos. El Parque, por su parte y de acuerdo a Wikipedia, ostenta el título de primer estadio mundialista de la historia.

Peñarol, en cambio, no tiene estadio. Y esto sin ánimo de humillar al hincha carbonero -entre ellos mi madre, que se merece el mayor de los respetos-; pero es así, sin más. En los planos, el cuadro tiene cuarenta hectáreas en el Parque Roosevelt de Canelones para explayarse a gusto. En el barrio Cordón, un Palacio. Al final, lo del carbonero es más auténtico, porque, ¿quién quiere cuatro muros que sofoquen tanta locura?

viernes, 23 de marzo de 2012

A falta de color

Combino, en los ojos de algunos padezco, dos condiciones –ba, en realidad infinitas más, pero para este análisis me interesa solo un par-: la de estudiante y la de periodista. Entonces leo y leo. Y vuelvo a leer. Hasta que me encuentro con una tarea ineludible, dado que lo mío es esto de ser estudiante/periodista -o viceversa-, que no es nada menos que la de escribir. Así, solita, no parece demasiado dramática. Ahora, a la luz de su característica inherente por excelencia –la página en blanco-, la cosa cambia.

Pero, ¿por qué limitarse a la hoja cuando el problema es toda la situación? “Quedarse en blanco”. No tengo más argumento que el del sentido común, pero seguro que la expresión viene de esa desagradable sensación de enfrentarse a un papel lleno de nada.

Los exámenes le sirven de escenario histórico, pero también puede ser una cosa de todas las tardes. O, dependiendo de la estación, de más de una vez por día. Ni decir si se cursan más materias de las que el currículo sugiere y se manejan unos horarios que los programó el enemigo. Todo esto mientras se intenta “tener vida”. Otra vez, una vida que muchas veces también se tiñe de blanco.

Que tus amigos –y cada uno es un mundo-, tus padres, tu novia, tu novio, tu ahijado, tu perro… Sin ir tan lejos: servirse el café mientras la madre pregunta “¿a dónde vas y a qué hora volvés?”, al tiempo que se persevera en la lectura del repartido para el parcial que empezó hace diez minutos puede ser toda una hazaña cuando el humor no acompaña.

Hasta que apretás una tecla, la que quieras, y el tímido trazo negro de la "j" -mi preferida- hace que la rutina vuelva a tener sentido.

viernes, 16 de marzo de 2012

La sugerencia del siglo


El título es tan insinuante, Losing my religión. Bueno, al menos para mí. Como a la ligera, habla de dos cosas gigantes: la religión y la pérdida. Y juntas, son dinamita.

Pero Michael Stipe, el vocalista de la banda, adjudica el nombre a una expresión mucho más vulgar, más terrenal. Parece que en el sur de Estados Unidos hablan de “perder la religión” como una forma de decir “no doy más”. Esa sensación de tener el agua hasta el cuello, por así decirlo. Y sí, sentirse desbordado es bastante desagradable. Pero, ¿tanto como para hablar de religión? Todavía más, ¿de perderla?

En palabras de Stipe, el tema va del amor no correspondido. Él mismo le dijo a la revista Q: “es simplemente una clásica canción pop sobre la obsesión. Siempre he creído que las mejores canciones son las que cualquiera puede escuchar, ponerse en ese lugar y decir ‘Sí, ese soy yo’”. Poco y nada de dioses, cielos e infiernos. Pero algo es algo. El guitarrista, Peter Buck, ve la melodía como “un puñado de cosas que eran yo aprendiendo a tocar la mandolina”.

El vídeo de la canción, con todo, se acerca un poco a una realidad más lejana. El concepto está basado en la historia breve Un señor muy viejo con unas alas enormes, de Gabriel García Márquez. En el cuento -dicen, porque yo no lo leí-, un ángel cae del cielo y alguna gente perversa hace plata cuando lo muestra enjaulado, como un fenómeno de circo. Mientras, en el vídeo pululan las imágenes que refieren a diferentes religiones. Y, de tanto en tanto, aparece el ángel.

Del amor no correspondido a una mandolina a un espíritu celeste.

Entonces, ¿qué queda de la religión? Porque la música, como todo arte, se puede tomar las licencias que quiera. Hasta la de usar las palabras para decir cualquier cosa, menos lo que éstas fueron concebidas para decir.

viernes, 9 de marzo de 2012

Fantasmas

Katsumi Suzuki tiene 72 años y anda en silla de ruedas. Cuando el 11 de marzo de 2011 las corrientes del maremoto que azotó las costas de Japón llegaron hasta el segundo piso de su casa de Haramachi, el agua le alcanzó hasta el cuello. Y el cuerpo le quedó empapado.

Su historia la cuenta Denis Rouvre en su especial Caras del tsunami, que publicó la revista de The New York Times. Y, como la de tantos, hoy, para muchos, no es más que una anécdota lejana.

Con el testimonio de Suzuki se puede leer una reflexión de Kohei Itami, el dueño del pensativo semblante de la fotografía. “No se puede apurar a las cosas para que mejoren. Trato de no pensar en el futuro. Me cuido cada día”, manifiesta el nipón de 77 años. Parece que el agua no vino sola para Itami.

Casi 20 mil muertos y desaparecidos, más de trescientos mil desplazados, cerca de 16 millones de toneladas de barro y otras 22 millones de toneladas de escombros: son solo parte del saldo de una tarde que a Japón le va a costar olvidar.

Ayer en Fukushima 580 policías, bomberos y pescadores buscaban a los más desafortunados que todavía integran la larga lista de desaparecidos.

Y todo mientras el mundo pasa por al lado.