viernes, 1 de junio de 2012

Caleidoscopio

Lorca (Federico García); diarios de La Habana -o cómo sobrellevar las penurias del quinto mundo con algo de estilo-; asuntos reales -o la vida y obra del rey Juan Carlos I-; el dictador, casi por antonomasia, con ustedes, el general Augusto Pinochet; Gabriel García Márquez, ¿el poderoso?; un perfil psiquiátrico del revolucionario bolivariano más famoso –que nunca va a ser otro que Hugo Chávez-; más y más Castro…

Creo que se puede apreciar un patrón. Pero lo más particular de Jon Lee Anderson no son tanto sus temas -ni destinos-, sino su “categoría” de estadounidense. Y el hecho de que, originalmente, todas estas publicaciones fueran en inglés. Y se desparramaran por las páginas de LA revista gringa, The New Yorker.

Ta. 

No hace tanto estuve viviendo en España por –y esta definición es cuestionable- un tiempo considerable: cuatro meses. Entre que la adaptación costó más de lo estimado y mi mejor amiga terminó siendo, para sorpresa de pocos, salvo quizá, la mía propia, una panameña imponente, hoy puedo sintetizar la estadía como una de poca interacción con los antepasados y bastante reflexión sobre el paisito.
  
"¡No estamos taaan mal!", fue una de las primeras conclusiones que verbalicé en presencia de otra compatriota perdida. Ella asintió. Y, tomando un café, que ella pagó, bajo el compromiso de que yo me encargaba de la revancha -costumbre española, según tengo entendido, que nunca practiqué demasiado, tal vez de ahí mi falta de amigos locales, nunca lo sabré- sentenció: "Es que hay que irse para afuera para poder verlo bien [a él, al paisito]".

"Fa, de nuevo la rueda", pensará mi lector irónico. Muy atinado, debo agregar. Pero, le recuerdo, para generar impacto, el timing lo es todo. Más todavía -por lo menos en este caso- el espacio geográfico. Y quizá por todo esto no sorprenda tanto considerar que tal vez sean los de afuera los que nos tengan que decir cómo son las cosas acá adentro. 

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