viernes, 23 de marzo de 2012

A falta de color

Combino, en los ojos de algunos padezco, dos condiciones –ba, en realidad infinitas más, pero para este análisis me interesa solo un par-: la de estudiante y la de periodista. Entonces leo y leo. Y vuelvo a leer. Hasta que me encuentro con una tarea ineludible, dado que lo mío es esto de ser estudiante/periodista -o viceversa-, que no es nada menos que la de escribir. Así, solita, no parece demasiado dramática. Ahora, a la luz de su característica inherente por excelencia –la página en blanco-, la cosa cambia.

Pero, ¿por qué limitarse a la hoja cuando el problema es toda la situación? “Quedarse en blanco”. No tengo más argumento que el del sentido común, pero seguro que la expresión viene de esa desagradable sensación de enfrentarse a un papel lleno de nada.

Los exámenes le sirven de escenario histórico, pero también puede ser una cosa de todas las tardes. O, dependiendo de la estación, de más de una vez por día. Ni decir si se cursan más materias de las que el currículo sugiere y se manejan unos horarios que los programó el enemigo. Todo esto mientras se intenta “tener vida”. Otra vez, una vida que muchas veces también se tiñe de blanco.

Que tus amigos –y cada uno es un mundo-, tus padres, tu novia, tu novio, tu ahijado, tu perro… Sin ir tan lejos: servirse el café mientras la madre pregunta “¿a dónde vas y a qué hora volvés?”, al tiempo que se persevera en la lectura del repartido para el parcial que empezó hace diez minutos puede ser toda una hazaña cuando el humor no acompaña.

Hasta que apretás una tecla, la que quieras, y el tímido trazo negro de la "j" -mi preferida- hace que la rutina vuelva a tener sentido.

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